Las 12 rosas

poema de Luna

Era una noche fría en pleno invierno, sobre la chimenea reposaban las 12 rosas que antecedieron su presencia al abrirle la puerta. Dentro de la chimenea crujían los maderos ardiendo incesantemente y desprendían su calor para dar un tibio aire de romance a la habitación. Nos hallábamos sentados sobre la alfombra, el silencio era eterno y las palabras sobraban, bastaba solo con nuestras miradas y uno que otro movimiento de los labios para entender lo que sucedería aquella noche. Levantó la copa de vino que sostenía entre su mano, -A lo que yo respondí de igual manera-. Se escuchó un ¨trin¨que sabía que era el preámbulo de la que sería la noche en que mis instintos de mujer iban a ser seducidos por primera vez; vaciamos nuestras copas de un sorbo, se apresto a recibir la mía, limpió con sus labios una gota roja que se escapó de mi boca y se incorporó para ponerlas sobre la chimenea al lado de las flores y una botella de vino tinto que reposaba a medio vaciar. Lo seguí con la mirada y al ver que su camisa se desprendía de su cuerpo, me sentí sonrojada y giré un poco la cabeza para evitar que lo notara, y al hacerlo, vi su sombra ululante reflejada en la pared por la luz del fuego, y la silueta de sus anchos hombros y su cadera afilada, me estremeció por un instante. Giré de nuevo con algo de timidez y me sorprendieron unos labios tibios que se unieron a los míos en un beso del cual no quería escapar.
Afuera arreciaba una tormenta que vientos huracanados lanzaba sin clemencia contra los cristales de las ventanas y se escuchaban los estruendos de los relámpagos que segundos antes habían iluminado nuestros rostros, adentro, el aroma de las rosas se mezclaba con el olor de su cabello y mis miedos se iban disipando en medio de sus caricias. Se posó a mi lado con la inocencia de un niño, con sus brazos fuertes para luchar por mí, pero tiernos para abrazarme, me fue recostando despacio sobre su pecho, miró por última vez mis ojos y yo pude notar que los suyos desbordaban de pasión. Sus labios húmedos recorrían mi cuello mientras sus dedos iban soltando uno a uno los botones de mi blusa y cuando el último de aquellos diminutos discos fue soltado, quedo mi vientre y mi pecho a su merced porque para ese momento estaba hipnotizada con su aliento y sus caricias. Sin embargo, continuó despojándome del resto de mis vestiduras a la vez que se despojaba de las suyas y pude sentir la suavidad absoluta de su desnudez.
Mi piel se convirtió en su papel, en el cual plasmaba la poesía de su pasión con cada beso, con cada caricia, con cada te amo susurrado en mis oídos. Su lengua húmeda y sus labios tibios recorrían mi cuerpo una y otra vez y en tanto iba trasegando por los senderos de mi piel, recostaba su rostro tiernamente sobre mi vientre como si aquel sitio fuera un oasis que saciara su sed de amarme. Su cuerpo entero iba rosando mi cuerpo por donde pasaba su ser, mientras que su alma iba suavizando la mía cuando sumergida en tanto amor y pasión, mi corazón se aceleraba cada vez más y mis poros se estremecían de placer.
En uno de sus viajes a los confines de mi cuerpo, se detuvo a descansar por un largo rato, pero esta vez no busco el oasis que le ofrecía mi vientre sino que ancló su rostro entre mis piernas y bebió del vino de mi inocencia que nos embriago de lujuria. No podía controlar la respiración, sentí que mi voz estaba quebrada y los suspiros se me convirtieron rápidamente en unos gemidos que se acallaban con la furia de la tormenta; mi cuerpo desnudo se arqueaba hacia arriba mientras que sus manos acariciaban mi pecho y su lengua me entregaba al placer. Sentí de nuevo sus labios que se escurrían por mi vientre en dirección a mi pecho y con la ternura que lo caracteriza, me hizo suya en un suave vals que sus caderas bailaron sobre mi cuerpo.
Nuestros cuerpos ardían más fuertes que el fuego de la chimenea, nuestras almas destellaban más brillantes que los relámpagos de la tormenta, su piel era más suave que las rosas sobre la chimenea y nuestro amor nos embriagó más que el vino tinto. Una lágrima rodó por mi mejilla, mis uñas se clavaron en su espalada, mis dientes en su cuello y mi corazón en el suyo, mis piernas abrazaron su cadera y un gemido que se nos escapó al unísono, nos envolvió en un abrazo que duro algunos instantes.
Pasaron unos minutos y mis ojos se hicieron pesados, solo recuerdo el roce de una manta sobre mi desnudes, la piel del hombre que amo detrás de mí y unos dedos delicados que se enmarañaban entre mis cabellos. A la mañana siguiente, una luz tenue que penetraba por la ventana me despertó con el brillo de la primavera, y al voltearme con algo de vergüenza, no estaba allí donde se había postrado a jugar con mi pelo y me sentí desolada, en su lugar hallé una de las rosas con una nota que decía: ¡Te Amo! De repente escuché la voz firme de el hombre al que había entregado mi cuerpo y mi alma, diciendo: ¡Buenos días mi universo! Antes de que su presencia se materializara en la habitación con un jugo de naranja sobre una charola, que con sumo cuidado trataba de equilibrar para no derramar ni una gota.

Comentarios & Opiniones

GEB

Muy bello!!

Critica: 
Darkwolf

precioso escrito

Critica: