Tú, que estás la barba en la mano meditabundo, ¿has dejado pasar, hermano, la flor del mundo?
Te lamentas de los ayeres con quejas vanas: ¡aún hay promesas de placeres en los mañanas!
Aún puedes casar la olorosa rosa y el lis, y hay mirtos para tu orgullosa cabeza gris.