Un Estraño Con Aroma A Memoria.
Encontré tu silueta ayer
en el rostro de un extraño.
Tenía la misma mirada de tus ojos,
ese perfume a memoria
que impregnaba el aire
como un eco del pasado
que vuelve sin avisar.
El brillo de sus ojos
tenía la misma magia que los tuyos,
y su sonrisa angelical
fue como caminar de nuevo
por esas zonas prohibidas del cielo
donde solo los que han amado de verdad
saben entrar.
Sentí esa conexión familiar,
como si en otras vidas
ya hubiéramos coincidido,
como si tu alma
reconociera la mía
antes que mi propia mente.
Con voz nerviosa pregunté:
“¿Nos conocemos?”
Mientras sus manos
y las mías se rozaban,
sentí en el pecho
la necesidad urgente
de abrazarte,
de volver a ese lugar
que existió entre tú y yo.
Pero el instante se quebró
cuando una voz inocente dijo:
“Papá, ¿ya nos vamos?”
Un par de ojos grandes
me miraron con curiosidad:
“¿Quién es ella? Es muy bonita.”
Miraste a tu hijo
y respondiste:
“Es una amiga de mucho tiempo.”
Y en esa frase supe
que a ti también
te habían despertado memorias
que no supiste nombrar.
Nos miramos unos segundos más,
sonriendo con la mirada,
como dos almas que conversan
en un idioma sagrado
que no entiende el mundo,
solo quienes han vivido
amores celestiales.
Nos despedimos
junto con la caída del sol.
Te vi alejarte
de la mano de tu hijo
mientras una sensación de paz
me recorría todo el cuerpo.
Y aquel aroma, esencia conocida
de otros tiempos,
se quedó conmigo.
No te he vuelto a ver,
pero sé que lo destinado
siempre encuentra la forma
de regresar
alguna vez.




