El rocío de la brisa

¡Cómo encontrar el racimo de luz que cuelga de tu sombra!
Me siento nube en las arcas de la soledad.
Se abre la tarde como un grifo sobre mi ventana
y las aves se mojan de sol aguafuerte, cuando cruzan
el umbral de tu ausencia terrenal y se exalta el tiempo
entre los corales de tus ojos bellos, floreciendo un Edén de mar,
en las franjas aterciopeladas de tus labios blandos.
Y mis manos ciegas te buscan en un piano silente, con partituras
de cielo, que parecen sueños de un Mozart dirigiendo cometas.
Surge maliciosa mi melancolía y se posa en el pensamiento,
labrando lamentos para mi alma hueca.
El viento presuroso se inclina hacia el norte, donde reposa
la última huella que tus pies dejaron sobre un trozo de mármol hindú.
Recuerdo el gesto de tu silueta flotando entre los unicornios
surrealistas de tu mirada erguida y embelesada con la ternura
de tu sonrisa e imaginaba que el mundo giraba en una noria de oro y plata.
Al contemplarnos se funden tu fuego y el mío, haciendo una conexión
cósmica desde el Universo hasta la armonía de las galaxias.
Seré tu héroe con trozos de versos que en algún papel una tarde escribiré;
llevarán tu nombre y las iniciales de tu reencarnación;
así podre buscarte y encontrarme de nuevo
con los resplandores diamantinos de tu espíritu,
para amarlo hasta el día que a la rosa le duela el rocío de la brisa.