Locura Covalente

En la casa, que tiene vista a los Alpes, desde un punto muy lejano, en los campos de Polonia está el anciano de la barba amarilla, ex general de las tropas Italianas, galardonado como héroe de guerra en la segunda guerra mundial, era un hombre de muchas historias, había viajado mucho, desde su natal isla de Sicilia hasta la ciudad de Manila, una vez naufrago una semana en el océano pacifico, un buque Japonés lo encontró y fue enviado de nuevo a Italia con problemas renales y serias quemaduras de piel, vio morir a su hermano mellizo en Londres justo cuando un misil B2 callo en su hotel, el sobrevivió pero perdió la vista, en realidad ese recuerdo es el que menos me cuenta, le duele recordar, sin embargo, también estuvo en Colombia para un entrenamiento a las fuerzas paramilitares en manejo de explosivos, estuvo en las Malvinas en un navío británico defendiendo de la oleada Argentina por recuperar las islas, vio como Mussolini moría linchado por el mismo pueblo italiano, recorrió Berlín después de que los rusos destruyeran la ciudad, camino por Bogotá una mañana fría, escogió las mejores licores en ciudad de México, pero aquel hombre, el apuesto y aventurero Italiano de un modo había muerto, todo lo que me cuenta no concuerda con el que lo cuenta, el anciano de la barba amarilla, ciego, sin saber que los Alpes están de vista, sin saber dónde rayos esta, “¿esto es Polonia verdad?” me dice a ratos, “claro” le respondo, se echa a reír y me responde “tiene como un ambiente Francés”, habla español fluido, italiano, francés, inglés, mandarín y portugués, sin embargo no habla mucho, siempre se siento en su silla vieja que está al frente de la ventana, él no sabe que los Alpes están ahí, una vez quise decirle, pero mi interrumpió” deja que yo mismo lo descubra”, vivir solo se le facilita, sabe de memoria su desgastada cabaña, y tiene una joven polaca que le hace los mandados a la ciudad más cercana, se despierta y no hace nada, come un poco y se sienta, me pide que le lea alguna vaina, una vez quise leerle un poema para mi querida mujer, me detuvo diciendo “ El amor en mi cabaña no suele ser bienvenido, como la guerra en el corazón del humano” en la noche toma un poco de licor, prende la radio y escucha música, canta y canta en polaco fluidamente, también en Ingles, nunca se enamoró, o por lo menos eso me dice, en su diario, que pide que se lo lea a ratos no dice nada de amor, no hay mujeres, ni amigos, solo su hermano que recuerda desde lo de Londres, fuma demasiado, está enfermo, no se siente triste; una vez me conto “ las ganas de amar me las quito una bala que rozo mi cabeza” no le entendí, y aun no le entiendo, no puedo evitar extrañar esa mujer en Bogotá que me tiene en lapsos de locura, tuve que viajar a Polonia, para escribir la historia del anciano de la barba Amarilla, su ceguera lo hace ver diferente a lo que me cuenta, sin embargo, su ceguera lo hace ver creativamente, ya no recurre a los ojos, sino a la experiencias, su corazón hundido en la nicotina parece más fuerte que el mío hundido en el Amor, vive una cabaña hundida en los campos polacos, sin darse cuenta que tiene una maravillosa vista de los Alpes, baila y canta, cocina, corre, y sabe cómo volver, solo espera el día que le falle las ganas de levantarse, para ir a donde quiera que esté su hermano; hay noches que se despierta de golpe, “un B2, ¡CORRAN!” Se echa al piso, yo me levanto de mi colchoneta de golpe, el anciano siente mi presencia y me pregunta “¿Dónde estamos muchacho?” le respondo “estamos en Polonia” el anciano se para y se limpia la pijama y dice “estamos a salvo, en Polonia los misiles no llegan “y vuelve a dormirse.
La mañana donde iba irme, antes de despedirme del anciano, el hombre me dijo “sé que hay en esa ventana” “¿Qué hay?” le respondí, el anciano saca su cigarro y comienza a fumar “ un vasto campo, de cereal, a la esquina hay una cabaña donde vive la mujer que me hace los mandados, en julio, el cereal esta amarillo, en diciembre, ya está cortado y unas cuantas reses comen la sobras, los Alpes están de fondo, son muy altos para no verlos” quede un poco impactado, y le respondí “pensé que que había perdido la visión” el hombre sonríe y me dice “ he perdido los ojos, pero no la visión”, entonces entendí, que ambos estamos igual de locos.