déjame mirar
Tengo el corazón de un dramaturgo
y la mente de un poeta.
A veces pienso así,
cuando los temblores del corazón vienen a mí
y los demonios de la cabeza carcomen mi mente.
Creo que estoy demente
al escribir sobre lo que me quita la vida.
No hay salida.
Solo un “yo”,
y solo yo,
a la intemperie.
Dejé de pensar
y hablé conmigo.
Me di cuenta de que no soy mi amigo.
Qué irónico, ¿no?
Traté de encontrarme con alguien dentro de mí
que pensara como yo.
Alguien que no me dijera lo que ya sé,
que me mire,
que me grite,
que me escuche.
Miedo, angustia y dolor…
Solo a esos yo encontré.
—Solo déjame mirarte —le dije a mí—
mientras veía el espejo.
En mis ojos no había reflejo bueno.
No sé qué decirme a mí mismo.
“Fuerte y feliz”, soy así.
Me comporto —nos comportamos—
de esa manera para no mostrar
algo que arruine el pensamiento de otros.
Algo triste me devora…
y puedo describirlo.
No soy la víctima que creo que soy.
No comprendo, Señor,
¿por qué soy así?
¿Duele pensar,
o duele morir?
¿Cuál soy, Señor de todos los reflejos?
¿Quién soy?
No entiendo mis sentimientos.
Triste en un día normal,
sonrío cuando me siento fatal.
Háblame, Señor.
Duele ser algo que no comprendo.
Mis dolores hablan.
Yo hablo,
y solo siento puñales
que silencian mi boca.
Sé que no.
Sé que yo no soy nadie.
Lo sé.
Soy tan monótono,
y no puedo escapar de mí.
Es una prisión impenetrable,
creada por mí.
Hoy muere mi letra delante de la hoja,
mientras la mente se enoja
y arroja todo por la ventana de mis ojos.
¿Cuál es mi yo?
¿Y cuándo parará de llover
en la pradera de mis ojos?
Hoy no sé quién es “yo”.
Solo déjame mirar,
por una vez,
quién soy.



