Carta al amor propio

poema de Valeria Ruiz

ǫᴜᴇʀɪᴅᴀ ᴅᴇ ᴄᴏʀᴀᴢᴏɴ ʜᴜᴍᴀɴᴏ:
Es probable que el modo de remitirme sea un tanto jocoso, ¿Cuál es la razón? Que encuentro en usted un ser de sentir, que a pesar de las frívolas miradas que condensan los cuerpos idóneos y superficiales, corre el riesgo de esperar, de amar y permitirse recibir tal afecto.
El miedo en general es esa punzada que recoge los corazones que huyen emocionalmente pero que al mismo tiempo le recuerda al corazón lo grande que es vivir porque se siente, porque se teme. Tomándome atribuciones indebidas acierto al mencionar la desgracia del rechazo, y no por quien lo sufre sino por quien lo transmite; la verdadera pregunta es el ¿Por qué?, ¿Qué tan cuerdo ha de estar un ser capaz de ver a otro menor que a sí mismo?
Verá, tengo una teoría, quien tiene la capacidad de pasar por encima de otro, guarda en lo profundo de su corazón -o alma si busca ser más poeta- una inconformidad propia; satisfacción de ver a otros con resentimiento vivo.
Lloró, y llorar es de las expresiones máximas de un corazón ahogado; es la expresión de un cuerpo sincero, de una mente noble.
Pero, ¿A qué quiero llegar exactamente?
Puede que el destino -O Dios, como la mayoría tiende a acusar- le haya arrebatado aquello que considera producto de su desgracia, ayuntamiento de desolación, perdida del amor propio. Y que indiscutiblemente anhela de otros, recordándose a sí misma con diferentes acciones lo que un prototipo le adhiere a la piel. Sin embargo, el amor es ciego, y no es ciego por pensamientos estúpidos que el mundo utiliza para respaldar una acusación; sino que es ciego, porque la belleza de una persona está más allá de lo que la retina puede mostrar. La belleza de una persona se siente, se escucha, se anhela, pero nunca se ve.
Llora mujer por aquella desgracia que trae consigo la vida, más nunca olvide la grandeza de ser un humano. De sentir. De amar.