Te vi en el metro
Me subo en la 52 pensando en que prepararé esta tarde para comer,
Con los pocos centavos que me quedan quizás consiga algo en la tienda.
Mi sangre corre atléticamente,
A partir de una voz que llama mi nombre y se detiene mi mente.
Gritas “¡Me alegra que esta ciudad sea tan pequeña!”,
Y digo que quizás Garcia Márquez era de sangre guayaquileña.
Hablas hasta por los codos.
Las mismas preguntas que le haces a todos.
Te arriesgas a hablar del tema, ese tema que tú sabes. Lo evito y me separo.
Y sin embargo, insistes con descaro y me dejas dislocada la conciencia.
¿Me preguntó en qué piensas?
Eso qué pasó, ya mi alma lo había archivado en la galería de recuerdos inmemorables.
Mi corazón saborea el sentimiento y es como probar el mango con sal.
Tantas conclusiones inconclusas, palabras buenas, palabras erradas y las excusas.
Qué rápido me invadieron las amarguras de pequeñas desilusiones.
Sólo sonrío y me inclino a tu oído.
“Eso fue hace tiempo”, digo y olvido.
Aprovechas y abres una puerta secreta, con una voz que jamás había oído y ojos desconocidos que me gritan textos de múltiples significados. Pero lo entiendo todo y te siento. Confiesas la verdad y mi corazón se detiene mientras la irónica luz roja se enciende, y permanezco en profunda hipnosis escuchándote hablar y mi retina me agradece por poderte mirar.
Sentados en los asientos de al fondo como cuando íbamos al cine,
Un beso inesperado esquiva los sentimientos encontrados, lo amargo, la noche, el pasado y hasta el destino.
Y es violento, patético y divino.
El metro no es transporte, es el camino.
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