Vuela, gaviota, vuela (+declamación)
No soporto amarte tanto,
y créeme que es indudable lo que por ti siento.
Y es un amor tan infinito que,
me acorta la vida por momentos,
cada día, por cada instante que respiro.
Pero mi cuerpo es efímero
y, con un soplo,
y casi sin esfuerzo;
puedo disiparme en el tiempo.
Soy un vaso de plástico
sin más capacidad.
Siendo imposible seguir arriesgándome
por albergar esta cantidad de amor a entregarte,
que junto con la pena sin lágrimas por un tristeza
y amargura consolidadas,
y junto con la fobia a la soledad
que la propia vida me propina;
parece que esté al borde de la locura y el derrame.
Me he despedido en tantas ocasiones de ti,
que a estas alturas, nada nuevo vas a oír de mí,
y aunque, me exprese con la mayor honestidad que puedo
volverá una y otra y otra vez, el sentimiento del arrepentimiento
solo por haberlo hablado con el sonido alzado.
Ahora, es como si estuviera aceptando
que he sido forjada por la peor rama de la condición humana;
la necesidad de ser amada.
Y ojalá poder echarle la culpa al Karma,
por haber estado huyendo y enfriando mi corazón.
Pero el destino no es más que una nimiedad absurda,
un consuelo de idiotas que no se enteran;
gaviotas heridas que danzan con las alas rotas
convertidas en presas desesperadas
que se alimentan de las migajas que dejan las otras.
Pájaros ingenuos…
cazados por el afecto que humanos les han entregado
al verlos como animales indefensos y carentes de apego,
enseñándoles que estos son los únicos modos de amor.
“No pasa nada, mi pequeña gaviota…
curaré tus alas, te enseñaré a volar, te enseñaré a hablar, y te diré cuándo te conviene callar.
Todo desde nuestra casa, desde la ventana de nuestro hogar.
Sabiendo que allá afuera, ya no eres nada”.
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