La Carga del Verbo
Que loza tan pesada es cargar con los que nos antecedieron,
sus nombres grabados en la eternidad de los mármoles literarios,
sus voces resonando aún en las páginas abiertas al viento.
Sabiendo su ingenio, su maestría, su belleza para escribir,
que, sin duda alguna, alcanzarlos parece más una proeza que una meta.
¡Cómo ignorar a los titanes que moldearon los cimientos del lenguaje!
Jamás me igualaría a aquellos que inauguraron movimientos,
aquellos que, con pluma de fuego, iluminaron la penumbra del pensamiento.
¿Cómo rivalizar con quien dialogó con las sombras de la caverna
o con quien contempló el mar y descubrió la tempestad en su alma?
Hoy, todo se plasma por video,
y la imaginación, que antaño acompañaba cada letra,
se encoge entre algoritmos y destellos de pantallas.
¿Dónde queda el silencio en el que antes creíamos escuchar la voz de los dioses?
El papel, antaño altar del verbo, se desvanece en la bruma digital.
Y, sin embargo, aquí estoy.
Frente a la hoja, frente al abismo blanco,
buscando un nuevo amanecer donde ya ha salido el sol mil veces.
¿Qué queda por decir cuando casi todo está dicho?
¿Qué verso no ha sido forjado ya por manos más sabias?
Mas siempre, siempre queda un texto que anhela ser escrito,
y un alma, a la distancia, que necesita leerlo.
Ésa es la chispa que me devuelve a la forja,
la chispa que hace temblar la mano,
el silencio previo al primer golpe del martillo sobre el yunque.
Sí, tal vez mis versos no serán canto de epopeya,
tal vez no adornen las aulas ni los muros de la posteridad,
pero en alguna parte, alguien sentirá la caricia de esta humilde línea.
Es difícil no sentir el reto pesado de escribir
cuando casi todo está dicho,
cuando los grandes ya han danzado con la musa
y han dejado sus huellas marcadas en el salón de la memoria.
Pero, aun así, continúo escribiendo.
No para vencer a los grandes, sino para encontrarme con los que aún leen.
No para superar a los genios, sino para acompañar a los errantes.
Porque si alguna vez, en algún rincón olvidado,
un alma perdida encuentra en mis palabras el reflejo de su duda,
entonces, habré ganado.
¡Oh, dulce derrota la de escribir sabiendo que la perfección es inalcanzable!
¡Oh, luminosa condena la de seguir empuñando la pluma
a pesar del eco de los colosos!
Por eso, aunque la meta parezca inalcanzable,
dejo la huella de mis pasos en este suelo de palabras,
para que, tal vez, alguien más decida caminar por aquí.
Hoy, escribo no para ser eterno,
sino para ser efímero con intención.
No para alcanzar la cima,
sino para ser piedra en el sendero de quien sube.
Y así, poco a poco, con cada palabra errónea,
con cada frase incierta,
mi mano, tambaleante al principio,
se vuelve firme.
No es la perfección lo que persigo,
sino la osadía de seguir escribiendo
a pesar del peso de la historia.
¡Que la loza pese! ¡Que la carga quiebre mi espalda!
No importa.
Allí donde hay un texto por escribir,
allí donde hay un lector por conmover,
aún habrá un poeta dispuesto a arder.