El incurable (elegía primera)

poema de Piero Abanto

Para qué desean curar al incurable,
para qué quitar mis llantos de las manos,
manos que se perdieron de camino al camposanto,
manos que cerraron aquello que resplandecía.

Pequeñas y lindas flores mesen el obituario,
tiernas luces avivan esperanzas,
breves versos contienen mi tragedia,
insanas palabras evidencian mi locura,
fugaces recuerdos llevan mi inocencia,
silenciosos gritos seducen mi angustia,
puntiagudas piedras conocidas impiden mis sueños...
No sé quién puede negarse a la pena.

Déjeme con mi enfermedad tranquilo,
dejen que el tronco se seque por sí solo,
cada quien rebosa en su dolor a su placer,
salud, entonces, Dios mío, que sufro como tú designes,
permítanme recordar mi condena
permitan que viva mi suplicio.
Y no sientan pena, que hasta la pena me ha fallado.
No hay más simpatía que el olvido…
No vivan conmigo, que quienes viven conmigo
conocen lo que es martirio.