El laberinto olvidado

poema de Owkar

En la bóveda del cráneo, un universo en sí,
el cerebro, maestro y esclavo, teje mi existir.
Con neuronas danzantes, un ballet sin igual,
donde la consciencia habita, en un eterno vaivén.

Entiendo su grandeza, su poder sin par,
que da forma a mis sueños, y me enseña a amar.
Sin él, sería un eco, un vacío sin voz,
incapaz de sentir la belleza, ni el fulgor del sol.

Mas, a menudo olvido, su fragilidad sutil,
y lo expongo a tormentas, sin un ápice de sentir.
Lo niego en el exceso, lo ahogo en la ansiedad,
como si fuera un juguete, sin valor ni piedad.

Él, que me da la música, el arte y el saber,
que me permite admirar, la playa y el amanecer.
Lo ignoro en la rutina, lo castigo con desdén,
como si fuera un extraño, al que no debo querer.

¿Cómo puedo ser tan ciego, tan falto de razón,
de dañar al que me guía, en cada decisión?
El cerebro, mi templo, mi fuente de verdad,
merece mi cuidado, mi amor y mi lealtad.

Que despierte la consciencia, que alumbre mi interior,
y que aprenda a valorar, su inmenso resplandor.
Que cada acción, cada pensamiento, cada elección,
sea un tributo a su grandeza, una muestra de mi amor.