Más de mil estrellas

Es invierno, mi vaho se intensifica al suspirar tu recuerdo y la mirada se pierde en las gotas de lluvia que caen al suelo siguiendo el rumbo de una línea que parece ser interminable.

De repente trasciendo a esa noche llena de gloria que contiene arena de altura y a mis espaldas se encuentra el fuego que por instantes procura dar calor a dos cuerpos que no necesitan abrigo; más sí, liberar el deseo que emana de la oscura noche, no para suplir el frío, sí para olvidarlo.

¡Madrugada majestuosa!, aquel encuentro que dio paso a que olvidaras las mantas para asi tener la excusa de dormir juntos. Madrugada en la que olvidaste toda prudencia y jugamos a rozar los cuerpos para amarnos sin contratos, en un viaje en el que mire las estrellas y tú mi alma.

Dejamos el ser de lado y nos convertimos en la brisa que se junta con las estrellas para acariciar la luna, y es que han dicho muchas veces que el frío es malo, que enferma... Así como la oscuridad por qué en los dos casos deja inmóvil el cuerpo y lo vuele rígido y sin percepción.

En esa noche de intenso frío, estrellas y tú, encontré que estos estados también buscan la vida y activan sentidos no tan prácticos, porque ayudaron a buscarnos para compartir calor.

Conectamos los sentidos en tremendo frío que paralizó hasta lo más recondito del ser, y al no poder contemplarte por estar a obscuras, mi tacto se afino en busca de tus caricias, ¡mentira!

No percibí con mis manos más de lo que mis ojos habían visto; la oscuridad y el frío, en mi opinión, son un respuesta más clara... Mucho más fuerte de lo que significa amar.

El amor es breve y sin duda alguna lo fue esa noche, lo sería en una vida o quizás en un segundo, ahora no lo sé; pero aprecio a quién puede dar amor sin condiciones, sin maquillajes.

Se presentó la oportunidad de recibir caricias sinceras y libres de expectativas, en esa madrugada que arullaba más de mil estrellas en su regazo, ¡y me sentí dichosa gracias a ti!