El corazón cobra impuestos

El corazón cobra impuestos

Amanecer volando, rayos del sol por nuestras caras, calientan nuestras frías manos.

Serpenteando como cometas cruzábamos las calles del cielo, parecíamos embriagados náufragos, sin saber hacía donde van ni de donde vienen.

Al mirarnos se congelaban todos los planetas, la tierra salía de su órbita, implosionaban viejos soles, y el viento conducía lento el carro tiempo.

Sabíamos por nuestras pupilas, que esto no era algo mundano, si creíamos en alienigenas tal vez era algo marciano...pero estoy seguro, no era un típico querer humano.

Aún recuerdo nuestros juncos labios en el primer beso, bajando las ventanas párpados, nos mirábamos con los ojos cerrados.

En el idioma del alma nos estábamos expresando, muecas de sonrisa y como aves nuestra piel se puso eriza.

Era un viaje a lo desconocido, quizá la juventud es la ola de mar que trae las hermosas perlas a la orilla.
Para luego de la incertidumbre, regresarlas al fondo del abismo, donde sólo en esa oscuridad como estrellas brillan.

¿Donde quedó aquella llama que nos quemaba?, de pronto solo se convirtió en un simple vaho, ni rastros siquiera del calor de una brasa.

¿A donde tenía la cabeza metida?, ¿acaso no me daba cuenta que el mundo es capitalista y no comunista?

El corazón procedió a un juicio, cobrando impuesto con el dolor que era uno de los negocios del desamor.
–Así es el corazón– procedió a interpretar mi razón, no nos da esa subidita al cielo a  cambio de arcoiris y color.
Nos vende emociones, para al culminar el viaje, bajarnos y sentarnos delante de fríos paisajes.
¡Tremendo comerciante! ¡Tremendo embaucador! Fundó un imperio con una droga llamada amor.
Ahora toca el último abrazo, nuestros marchitos ojos no compaginan ya en estos prados.
Se siente sutil la despedida, el desamor es parte de la la vida.
Aunque soñemos ser aquellas aves, que se conocen como dos y perecen siendo una sola pluma en un solo plumaje.

Es hora de despegar a la tierra, el alunizaje nos dejó sin directrices, las brújulas tiemblan porque vamos a retomar nuestras matices.

Levanto la tapa de este libro y lo dejo entre abierto, quizá haya más páginas nuestras por escribir, tal vez ya más maduros, tal vez ya más sabios.

O quizá se deje olvidado, en el baúl de los recuerdos, con la historia a medio terminar y varias hojas en blanco tiradas al suelo.

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