Los dos tesoros existenciales
Los dos tesoros de los mortales son la inocencia y la integridad. Los inocentes en su inconciencia, no son concientes de su buen “mal”, y aquel que ve aquello que hay oculto, hacia lo profundo, no puede hablar, aunque ha caído en creer necesario hacer comentarios de “lo esencial”.
Los puntos medios, en su agonía, sufren “desidia”, sin sospechar que un ser gigante los ha impulsado a emprender su viaje hacia La Verdad.
Según El Cristo ser como el niño te abre la puerta a lo celestial, pero los zánganos de esta tierra se regocijan cerrándola.
No se si íntegro o inocente, o voy simplemente… (a la inmensidad). Sigo plasmando arduo, en mi templanza, una cruenta y cruda realidad.
El que defiende a los inocentes se compadece que su “buen” mal, no les permita ver que ese cielo esta en su interior, y no es un lugar. Y el que es conciente de su inconciencia sella la grieta desde su umbral, o la corroe con su codicia, en plena impericia, por su crueldad.
Quizás despierte con estos versos a algún durmiente que viene y va, sin darse cuenta que el día que vuelva, y que lo recuerde, renacerá.
“Emancipado” vaga perdido un esclavo insano en su dualidad. (El paria infesto va empecinado más en joder, que en hallar su hogar..)
Como un capullo no florecido que hace de nido a un estigma dual, van lo intrincado y lo trascendido jugando al juego de la verdad. Preponderando lo intrascendente... ¿se habrá sumido a la humanidad?
No merecemos ver ese cielo lleno de estrellas e inmensidad, ya que nosotros, la raza humana, somos su peste y su enfermedad.
El hombre se rige sin retorno hacia su extinción en su adversidad, ya que se extinguirá por su instinto, o al controlarlo se hará inmortal.
Que “la curiosidad mata al hombre” lo creo realmente una gran verdad, pues lo convierte a este en superhombre, o lo deja inválido a medio andar.