Regando una flor marchita

Entré en aquel paisaje
y ante mí estaba,
para nada
como recordaba.

En los recuerdos
que emanaban
de mi mente
siempre ella
bella y resplandeciente.

Y ahora yacía
ante mis ojos,
aquella flor hermosa
que fue la envidia
de toda flor
de cuál jardín
de Gardenias, Rosas,
Amapolas y Azucenas.

Infinidad de colores
y multitud de aromas
de primavera.

Ahora verla allí
apenas sin vida,
y de color exhausto
casi borrosa su belleza
que fue antaño
la gran pasión
de un creador
de paisajes
dignos de Versalles.

Su tallo aletargado
de raíz ya consumida
y de pétalos caídos
flor mustia por el tiempo,
falta de frescura
y de verdor.

Te vi tan triste
abatida y melancólica
que un gran dolor
abatió mi corazón
pues de gran belleza
yo te recordaba.

Por un instante
corto, pero fugaz
no pude remediar
y de mis ojos
surgieron
dos lágrimas
minúsculas gotas
de agua dulce
que llegaron a alcanzarte.

¡Yo ya entiendo
amada mía
que era tarde
y tan corta
la ofrenda mía
de tal
líquido elemento
que no podrían
ni con suerte
ahora resucitarte!

Pero de corazón
espero y rezo
volver a verte
tan firme y reluciente.