Desencuentros.

Ese desencuentro eterno, del que pensábamos que no íbamos a salir. Nada del lugar en el que nos encontrábamos nos prometía que nos veríamos ese día.
Quien diría?
No nos encontrábamos.
Y nos buscábamos en los rostros de la gente,
en su pelo,
en sus manos.
Mas aun, nos buscábamos abajo de las mesas de un café,
entre las baldosas.
En alguna grietita en el concreto de la pared del correo.
Todo por si al otro se le había pasado por la mente hacer una bromita,
esconderse,
o tal vez desaparecer para siempre.