EL CASTILLO PLATEADO CRSITALIZADO

Una mañana soleada
en el que la brisa congelante
entumecía mi brazo derecho débil,
me acosté en una hamaca febril
hasta que me profundice en seguida.

Desperté en un mundo mágico
que vivía en una cabaña lodosa
que se encontraba en las nubes nobles,
dónde había un exótico rosal
sembraba un campo enorme
de rosas azules.

Caminaba entre esos espesos nubarrones
atravesé en un bosque profundo
lleno de helechos espinosos
que desgarraban la piel delgada
de cualquier ser humano.

Después de tanto viaje aletargado
llegué a un castillo plateado
que se encontraba cristalizado
de una espesa esmeralda valiosa
por una maldición sellado
por un amante desdichado
de la princesa lánguida
que tiene una tez morena
que se encuentra encerrada.

En la puerta principal
que conducía a un comedor amplio
que tenía unas sillas de madera
un mesón gargantuesco
era de un árbol de lino.

Se encontraba en un rincón solitario
desahogándose sus desgracias melancólicas
se le caían las lágrimas saladas
como una cascada transparente
en su rostro moreno
que se encontraba acongojado.

Le levanté la barbilla levemente
mirándola con picardía ligera
tenía unos labios rojizos carmesí
unos ojos azul marino
que se peina lentamente
esa cabellera dorada.

Le dije: Oye doncella ¿Vos estáis bien?
tenía una sonrisa melancólica
que no ocultaba una miseria
en su alma pérdida.

Pasó después un minuto incómodo
de incógnito silencio
conversando le dije sin intención maligna
que en ese día desaforado
estaba ella muy radiante, bonita,
aquella princesa bella
que tenía un vestido verdeazulado.

Caminamos, caminamos
por extensos escalones
que recorrían a ninguna parte,
otros a pasillos desconocidos
que se encontraban un dragón magnífico
encubría un lúgubre secreto.

Después de media hora,
aparecía en una puerta metalizada
un salón de baile
durante toda la noche danzamos
en un momento de pasión intensa
nos dimos un beso asertivo
que tenía sabor a caramelo
que nos indicaría nuestro destino
en la torre más alta
del castillo.