EL CRUJIDO

poema de Jorge Loyola

EL CRUJIDO

La tarde estaba cálida, apacible; la primavera estaba llegando y los pájaros lo sabían bien, porque cantaban y podía verlos revolotear entre las ramas de las copas de los árboles, que apenas estaban comenzando a tener miles de pequeños botones verdosos, que en unos días reventarían y todo el lugar se llenaría de hojas brillantes y de sombras agradables bajo las cuales pasear por aquellas calles de tierra bordeadas de grandes acequias, por donde corre como cantando el agua para regar las fincas.
Le pedí al conductor del taxi que me dejara sobre la ruta, quería caminar un poco antes de llegar, quería recorrer aquel lugar donde me había criado; allí donde la parte agradable de mi infancia había transcurrido; de la otra; de la oscura, no quería acordarme.
Cuándo mi hermana me pidió que viajara hasta el pueblo para acompañar al tasador que iría a ver la casa de mis padres, quise poner mil escusas para no hacerlo; hacía muchos años que había huido de aquel lugar jurando no volver nunca más. Solo tenía dieciocho cuando tomé un pequeño bolso, lo llené con mis pocas ropas, un pan horneado días atrás y corrí por esa calle de tierra arenosa, en sentido contrario al que lo estaba haciendo ahora. Era una madrugada de invierno y lloviznaba pertinazmente y la arena mojada se pegaba en la suela de mis zapatillas haciendo que mi carrera fuera aún más difícil, el frío me calaba hasta los huesos; cuando llegué al pueblo estaba empapado, pero había corrido casi tres kilómetros, así que tenía calor y transpiraba , me quité la campera y el sudor de mi cuerpo producía vapor que salía a través de mi gastada camisa; cuando llegué a los galpones donde el tren se detiene a cargar las verduras cosechadas en las fincas vecinas, la máquina ya estaba partiendo; con el último aliento, corrí y me colgué de unos de los carros cargados con zapallos, me trepé y me acomodé como pude y lloré y tosí hasta que me quedé dormido, mientras el tren me alejaba de aquella vida; me desperté en una estación a cientos de kilómetros de casa; Cansado, enfermo, sucio y hambriento, y aun así, me sentí feliz.
Lo apacible de aquel atardecer y ese perfume especial a tierra mojada y a panes que se hornean al caer el sol, casi habían logrado hacerme pensar que en definitiva, no estaba tan mal regresar y ver todo aquel lugar, pero al llegar al portón de entrada de la finca de mis padres volvió eso que sentía cuando caía la tarde y regresaba de jugar por los alrededores; como un cosquilleo que recorría mi espalda, empezando en la nuca y bajando hasta llegar a mis talones, la boca seca y las manos frías y sudadas.
Al quitar las cadenas que cerraban con un gran candado el herrumbrado portón; las aves que cantaban en los árboles se espantaron, y todo quedó en silencio; al abrir, el sonido de las bisagras de hierro me estremeció y comenzar a caminar los veinte o treinta metros por el callejón bordeado de pinos hasta llegar a la casa mientras el sol se ocultaba, me hizo sentir que el tiempo no había transcurrido, que la casa me estaba esperando.
Me paré en la puerta y busqué la llave, antes de entrar miré la casa; nada había cambiado los ladrillos de las paredes nunca habían sido pintados y las ventanas y la puerta conservaban ese color verde que le gustaba a mi madre, pero todo estaba resquebrajado y viejo.
Cuando por fin entré, el sol había pasado del otro lado e la barrera de álamos que bordean la propiedad y se alejaba rápidamente para esconderse definitivamente detrás de las montañas azules del oeste; una densa penumbra invadía el interior y el olor a encierro dificultaba la respiración, apenas distinguía la gran mesa del comedor y algunas sillas a su alrededor; atravesé aquella habitación a oscuras, sin tropezar con nada; mi mente aún conservaba el recuerdo de cómo recorrer la casa en la oscuridad; encontré el interruptor de la luz, lo accioné y la lámpara no encendió; entonces el sudor de mis manos y el cosquilleo en la nuca se acentuó; debería buscar la llave general que está allí; en el cuarto donde está la cama, la gran cama matrimonial de mis padres. para alcanzar el tablero general hay que llegar hasta la esquina opuesta del cuarto, inspiré profundo, mi mano izquierda se cerró con fuerza mientras mi derecha se aseguraba de tocar la pared y no despegarse de ella, así avancé lentamente casi sin respirar; sentía como si un insecto gigante estuviese haciendo un nido en mi nuca; un paso tras otro; llegué a la primera esquina y mis piernas temblaban, me pegué aún más a la pared; sentí las cortinas de la ventana y avancé los últimos tres metros hasta el tablero; accioné la llave y vi que la luz del comedor se había encendido y el reflejo llegaba hasta el lugar donde yo estaba; permitiéndome distinguir en la penumbra; el gran ropero, las mesas de noche, y la cama.
Salí del cuarto rápidamente pegándome a las paredes y me dirigí a la cocina y también encendí la luz todo en la casa estaba exactamente igual que el día que me fui; comencé a encender todas las luces mientras recorría la casa, absolutamente nada había cambiado en treinta años; volví a pensar que aquella casa me estaba esperando, o simplemente el tiempo se había detenido el día que me fui y al cruzar ese portón y caminar los treinta metros entre los pinos de la entrada había ingresado en una especie de túnel del tiempo.
Me arrepentí de no haberme quedado en un hotel del pueblo, pero ya era tarde, tendría que pasar la noche aquí, envuelto nuevamente en mi pasado, me senté un momento en la cocina comí un sándwich que traía, mientras miraba por la ventana hacia los campos, tratando de distraer mis pensamientos, pero el cosquilleo de la nuca no se iba, estaba haciendo frío y el cuerpo me temblaba, un poco por el frío y también por esa rara sensación de miedo que trataba de controlar; decidí que lo mejor era tratar de dormir, tal vez el cansancio del viaje me ayudara a pasar la noche.
Quise encender la luz del dormitorio donde dormía junto a mis hermanas y la lámpara estaba rota, entonces abrí bien la puerta para que entrara la luz de la sala, ahí estaban las tres camas la débil luz que entraba por la puerta no permitía ver bien el cuarto, contra la pared más alejada de la ventana, estaba la que fuera mi cama; saqué una sábana que la cubría y tomé la manta para quitarle el polvo, le di unos golpes a la almohada, acomodé todo y por fin, me senté, lo hice como lo hacía cuando era un niño; afirmando la espalda a la pared, las piernas flexionadas con los pies sobre la cama; casi una posición fetal; lo hice de manera inconsciente. Me esforzaba por recordar los momentos de risas, cuando jugábamos con las chicas al llegar la hora de dormir; pero me invadió el recuerdo de la oscuridad, el silencio, la espera, el miedo.
Decidí tratar de dormir, solo me quité los zapatos, me acomodé el saco y me tapé con la manta; cerré los ojos y pensé “por favor señor, que esta noche no cruja”.
Me sorprendí al escuchar en mi mente esa especie de oración, nunca la había repetido en años, no desde que me fui; lo que acaba de hacer me asustó y ya no pude distraer más mis pensamientos. Todo el horror, todo el dolor; cada una de aquellas noches, volvieron como una película a mi cabeza.
No recuerdo si hubo un primer día; solo sé que siempre, cada noche se escuchaba en el dormitorio e mis padres el crujido de la cama luego los pasos en la oscuridad, lo que seguía eran insultos gritos golpes más insultos mi madre llorando con mis hermanas al principio nos tapábamos hasta la cabeza como para escaparnos de aquel infierno, que se repetía cada noche cada maldita noche, todos rogábamos que alguna vez todo terminara que no hubieran más gritos más llantos, que alguna noche aquel crujido de la cama que preanunciaba ,todo lo que venía después, cesara que las noches fueran silenciosas , pero nunca sucedió, cada una de las noches el maldito crujido, los pasos , los gritos ,los llantos, un rato de silenció pero no de paz porque todos sabíamos que volvería a empezar, una y otra y otra vez durante l noche y durante todas las noches que pasé en esta casa.
Jamás supe o pude explicar, por qué un campesino, al que todos quieren, alguien amable con todos, un trabajador como todos, alguien que podía ayudar a quién lo necesitara sin esperar que se lo pidieran y sin esperar nada a cambio, por la noche se convertía en una especie de bestia, una especie de animal salvaje que a determinada hora de la noche se despertaba y dejaba salir todo lo peor de sí, como si la luna despertara sus demonios internos y al salir el sol todo se calmara; el primer rayo de sol, era el más esperado, era como un bálsamo; como esperaba en esos días ese primer rayo.
Estaba quedándome dormido cuando pensé “por fin, esta noche no crujirá”.
No sé cuánto habré dormido; me desperté de un salto; me quedé escuchando con los ojos abiertos en la oscuridad de la noche, mis manos por instinto se aferraron con fuerza a la manta, cada músculo de mi cuerpo se tensó; esperé casi sin respirar, quería escuchar el más mínimo sonido; el crujido fue tan fuerte que de inmediato y casi en una convulsión me senté en la cama en aquella posición fetal con la manta apretada contra mi cuerpo, el miedo era más poderoso que mis pensamientos, que mis músculos, que mi adultez; en ese momento volví a ser un niño aterrado, temblando, con los ojos llenos de lágrimas; otro silencio y definitivamente un nuevo y estremecedor crujido; solo faltaban los pasos en la oscuridad; ahí estaban; pies arrastrándose por el piso entre la sala y la cocina, mi mente pendía de un hilo, trataba de aferrarme a la cordura, me esforzaba por respirar, por dejar de temblar y poder moverme. Logre recuperar algo de motricidad en el cuerpo, inspiré profundo, y me bajé de la cama y a tientas busqué una silla que siempre estuvo entra las camas de mis hermanas; la encontré y la tomé de las patas y la alcé sobre mi hombro derecho en posición de ataque o defensa y me dirigí hacia la cocina caminando lentamente mientras mis mandíbulas no paraban de temblar.
Bajé la silla para encender la luz; la cocina estaba vacía; volví a inspirar como para dirigirme a la sala y en mi espalda escuché una voz.
_ ¿lo asusté? _ creo que grité, en ese instante aquel insecto que anidaba en mi nuca, me mordió con fuerza, el hilo que sostenía mi cordura se tensó hasta casi cortarse del todo, moje algo mis pantalones y di un salto hacia adelante antes de volverme para mirar hacia el lugar de donde venía la voz. Parado en la entrada de la cocina había un hombre que me miraba con un rostro sin gesto alguno _soy el cuidador de la casa. _ Se disculpó por haberme asustado, dijo que estaba acostumbrado a caminar por el lugar sin encender luces; tenía un acento marcadamente español y vestía como los viejos inmigrantes que tenían fincas en los alrededores, pero no se veía un hombre de mucha edad, hoy es muy raro que vengan españoles jóvenes a cultivar; pero lo que me pareció raro fue que nadie me hubiese dicho que la casa tenía un cuidador. Me calmé un poco, busqué en el bolso de mano que había traído y saqué una lata de cerveza, estaba tibia pero algo con alcohol tal vez ayudaría a terminar de tranquilizarme.
_ ¿y cómo es su nombre? ¬_pregunté
_Ramírez _contestó mirándome fijo y continuó _cuido esta casa hace muchos años, ya nadie viene por aquí.
Me tomé la cerveza mientras hablaba con Ramírez de las viñas, de las tormentas, y otras cosas de las que se puede hablar con alguien que ha vivido toda su vida cultivando.
Un rayo de sol apareció detrás de los galpones de la vieja bodega; _ está amaneciendo _ dije mientras me incorporaba y caminaba hacia la ventana; no obtuve respuesta; me volteé para mirar a Ramírez y el ya no estaba; fui a la sala y no lo encontré; me pareció raro que se fuera sin despedirse, pensé que solo habría salido un momento y después regresaría.
Sonó mi móvil, era mi hermana avisándome que el tasador no podría venir hasta la próxima semana; refunfuñé un momento por el tiempo perdido y de inmediato llamé un taxi.
Llamé un par de veces a Ramírez antes de cerrar con llave la casa y me fui a la entrada, estaba terminando de poner las cadenas y el candado en el portón, cuando el motor de un viejo tractor me llamó la atención quien lo conducía era un hombre muy viejo, se veía muy pequeño sentado en aquella enorme y ruidosa máquina, me miró, me saludó y me preguntó si había comprado la finca; contesté que no que era hijo de los antiguos dueños y que la venderíamos,
_linda finca_ dijo _lástima que todos le tienen miedo.
No respondí con palabras, solo lomaré
_sabe usted que dicen que al primer dueño lo encontraron muerto en la cama, y dicen que su alma nunca se fue.
_yo creía que mis padres le habían comprado la propiedad a su primer dueño, un tal Vargas contesté.
_ No _ dijo el viejo_ el primer dueño era un tal_ se quedó un rato pensando y cuando recordó dijo algo pero solo escuche las dos últimas letras, porque al mismo tiempo aceleraba su tractor y se iba por la calle de tierra rumbo al este.
Me quede mirando el tractor que se alejaba mientras pensaba las letras que alcancé a escuchar “es”.
Cuando me subí al taxi miré por última vez la casa y vi a Ramírez; estaba adentro mirando desde la ventana del dormitorio donde está la cama que cruje.

Comentarios & Opiniones

Xio

Ja...Soy la primera en darme el gustazo de esta historia, repleta de suspenso, de miedo, de incertidumbre, he disfrutado esa narración perfecta que me agarró de la mano y me hizo vivir cada momento de esa noche escalofriante, cada paso en esa casa

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Xio

buscando a ciegas para encender luces...que decirte, ya sabes mi admiración por ese talento que tienes que te robas el aliento del lector, muchas gracias por este regalo de domingo, un abrazo sincero mi querido gaucho, feliz día.

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Xio

...y qué decir de ese recorrido de ida y regreso a ese pueblo?? Impactante, abrazos...

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Jorge Loyola

Valla¡ que rapidez ¡ ja
Genia amiga siempre tan mable , queria terminarlo hoy , me levanté al amanecer y lo terminé, lo correjí u poco y no pude contenerme , lo publiqué asi, calentito ja.
Perdón si no estaba pulido del todo pero si no lo

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Jorge Loyola

Hacía hoy tenía que esperar hasta el domingo próximo
Gracias por estar siempre .
Un gran abrazo amiga querida

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Xio

Es que la PC me llamó temprano y me preguntaba..Por qué? y mira lo que me esperaba para mí disfrute jaj, llegando tu con tu poema y ya yo estaba ahí casualmente, eso es ser dichosa...

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Xio

es decir...con tu historia perdón.

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Jorge Loyola

En mi casa di en que estoy un poco loco por levantarme tan temprano los domingos pero tiene su recompensa.
Buena vida genia.

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JUAN CARLOS CADENA

Es una historia fascinante Jorge, tiene todos los ingredientes para mantenernos atrapados, te digo que hasta me entró en la nariz un poco de polvo que sacudió de la sábana y la manta. Felicitaciones me ha entretenido y me ha gustado mucho. Un abrazo

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Jorge Loyola

Juan Carlos, graciaS POR TU comentario ,me alegra mucho que mis historias te gusten .
Un gran abrazo cuidate mucho biena vida.

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