Ella venía

Ella venía. Presenciaba con extremo asombro mi vertedero lleno de residuos mágicos que la invitaban a la vida. Los veía en colores, cual jardín más hermoso en primavera.
Ella venía, y miraba con intriga mi vertedero lleno de cuestionamientos reales y excitantes. Los veía como una feria de artículos enigmáticos y atrayentes que invitaban a la contemplación.
Ella venía, y observaba mi vertedero, ahora con algo de costumbre y ya sin demasiada sorpresa. Cual circo de payasos que solo inspiran nostalgia, viejos, desgastados y con la pintura corrida por posibles lágrimas.
Ella venía, menos, ya no presenciaba tanto mi vertedero, quizás el enigma de la realidad ya no despertaba más que bostezos. Ahora en mi jardín era otoño, y los colores se diluían por la lluvia y el viento frío aunque yo tratara desesperadamente de retenerlos.
Ella aun venía, pero era como si no estuviese. Interpretaba mi vertedero como eso, un vertedero, sentía un hedor nauseabundo mientras yo comenzaba a pensar que era inexorable que no lo viera como todo el mundo, pues ella no vivía en un vertedero, vivía en el jardín de la felicidad y la resignación, de la ignorancia y la bella y plácida ignominia enmascarada.
Ella ya no venía, y a mí me abrazo una plácida y cálida rata de alcantarilla llamada soledad. Era el destino de mi vertedero, morir en todos, vivir en mí. Y yo comenzaba a sentirme como un payaso de aquel circo, roído por el tiempo aunque inundado por una absorbente y oscura paz.

Autor: Alejandro Beltrán Saavedra
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