Abdicación de los espejos intemporales

Este es mi último legado, mi poema final, la segunda muerte de la inocencia.
Mi cuerpo, ya consumido por el lamento, al ábaco de SkuldParka sujeto, se convierte en cuenta que va restando en silencio los segundos que me quedan de vida.
Sobre esta roca traidora me siento, escribo, mientras la noche me envuelve con olores póstumos.
En la oscuridad, mi obra herida de muerte es el manifiesto que oculto de los hombres, para darla a conocer en el momento adecuado.
Estos cirios que una vez sobre la tumba callaron, serán testigos de la abdicación de los espejos intemporales, en espera de una regresión infinita.
Viajaré a lo alto, donde habitan las vírgenes, pues en la desesperación del infortunio culmina mi búsqueda.
Miro al cielo y sollozo mi prisión en la tierra de los sin nombre.
Veo imágenes sin rostro, sin pasado, sin virtud…voy pasando a través de la memoria dormida: el café helado corre por mis venas.
Tú, que bien conoces la lluvia fría de otoño y el ruido de mi mundo estéril, aun no sabes que las islas dentro de mí colapsan al más ligero susurro de tu voz. Mis sentimientos se pierden entre los árboles de tu piel, y mueren porque nadie los escucha.
Hoy me atrevo a venir a los pies de la pira funeraria, mendigando las cenizas de lo que un día fui.
Hoy me acerco a los cementerios en busca de respuestas, mas encuentro una nueva pregunta.
Hoy, junto a los Redimidos, tú, como si nada, bebes mi sangre, y en el desarrollo de los acontecimientos, la desprecias.
¿Quién recompondrá los pedazos de mi tragedia con su lujuria, para caer prisionero de ella?
Esta vez no tendré piedad: con pies descalzos caminaré a través de las tinieblas el largo camino que conozco, tratando de escapar del infierno al que yo misma me he confinado, sin decir nada.
Pero si quieres oír por última vez la terrible verdad que callo, silencia tu risa, y tienta mi llanto.