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He perseguido tus amaneceres y atardeceres, siete días a la semana a través de siete años, inmovil, impaciente, insistente, ilusionado, . He contemplado las fotografías que narran tu tiempo, leído los comentarios mordaces que dejas al viento y tus convocatorias a recordar, para que el olvido no nos condene a repetir. He visto tu convicción movilizarse en las calles, cómo la naturaleza te seduce y la felicidad que irradia tu maternidad.
Mis olas, en su vaivén infinito, creen haber sentido el calor de tus rayos desde tiempos ancestrales, aunque mi mar rara vez hayan visto al sol. A veces, deseo verte aparecer en mi horizonte, para entender si mis corrientes han viajado demasiado lejos añorando lo que nunca estuvo ahí, o para finalmente desembocar en los ojos que me miran sonrientes.
Alguien me dijo una vez que las almas viajan a través del tiempo, encontrándose una y otra vez. Que nacen y mueren en una danza eterna, bailando lentamente hasta desfallecer.
Han sido eones de bailar en las sombras que proyecta tu luz, con un ritmo que, lentamente, se ha apoderado de mis latidos.
Y yo, que nunca he creído en nada, que dudo incluso de mi destino, que he dejado atrás cualquier promesa de futuro, apuesto mi vida a esa idea. Cada día vuelvo a nacer, vuelvo a vivir, esperando que un día seas tú quien me encuentre.