El altar del díablo

poema de Duende celta

Taciturno bajaba de la sosegada alcoba ,para que el despiste del silencio
cubriera sus tallados pasos sobre escalones fríos al tacto de sus pies.
Mientras mecía el alborotado sueño despertó a soñolienta sombra que yacía en sofá de nudos enmarañados de una manta de arpillera y sedoso enjambre de lino suave.

Su mirada hacia ella, de errante inquietud provocó el desmán sobre sus pupilas cegadas por el silencio del yacer de sus sueños ,ella meció sus finas falanges postradas
sobre el cuello del mismo, suave caricia de primavera.
El iris de su mirada adentraba sensualidad en el estrépito corazòn jadeante de dos cuerpos entrelazados en el latifundio de la nocturna sexualidad.

El rubor de sus mejillas eran el escenario de lujuria plena de emociones, entrelazadas en patrimonio desconocido, con mano firme agarró su cuerpo cavernoso,besos sobre el pedículo suave y erizado de sus pechos.

El carmín de sus labios firmaban el deseo, noche de cuatro lunas infunden el fragor de almas unidas por el flujo de sus agarrotados cuerpos.

Al alba y entre acurrucados sentimientos el cuello de la misma presentaba rio de sangre con sendos orificios de mordida de vampiro dentellado, frágil mirada hacia la nada de ella.

Mirose al espejo que resquebrajó con puño de no haber sido recuerdo de la dicha atormentada, sus labios eran sangre de su sangre , sus dientes afilados como daga marchita de media luna saboreaban la muerte en su tímida agonía.

Moribunda y en segundo plano, la sombra con velo ensangrentado, larga melena desvalijada por burlescas gotas de olvido, es llevada con manos frías de Conde marchito y apenado al altar del diablo.

Postrada en mármol con atuendo de blanco linaje del pasado, sacude el silencio con sus ojos destilados en recio lamentar, lágrimas vermellas y agonía de Conde al recordar.

Corrió con capa abotonada al cuello, plumaje de santo y engalanado con terciopelo y lana hacia el desván de largo caminar, sin sus ojos llorar tirose por fallado abajo sin el miedo amedrentar.

En el camino hacia el suelo voz pasajera le quiso recordar;
Tú, que el alma de doncella quisiste arrebatar, imitaste a
desdeñado y burlesco tiempo con su sangre aún sin madurar.
Serás condenado a ser diez veces menos de lo que el durar del
óleo en lienzo se resiste a escapar.