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Desde hace un par de días que ya no te escribo más. No es que no quiera, es que no puedo.
Juro que trato de pensar en ti, en tu autonomía, en tu cabeza y tus frases premeditadas siempre tan acertadas,
En tu barba tan desordenada y ruda que combinada a mi piel suave y lisa se sentía tal pata de camello abriendo camino,
en la desierta y calurosa tierra del desierto.
Pensé en tus manos tan atrevidas y grandes, en tu espalda tal pista de aterrizaje que tomaba mis manos, y mis labios instintivamente y completamente conscientes de su deseo de pecar, se aventuraban en un largo viaje de besos y suaves te quiero desparramados en cada una de sus cuatro esquinas y cada uno de sus contados y minúsculos lunares.
Pensaba en tus muestras de cariño tan efímeras, en tus miradas complacientes pero cortas, en tus asentimientos de cabeza dándome la razón en mis pensamientos vagos y anónimos de mi cabeza que mi boca jamás se atrevió a pronunciar, pero, ¡Demonios! con solo ver mis piernas temblando y mis labios titubeando parecía que tú sabías con exactitud y sin miedo a errar cada puta palabra que estaba allí, y la decías así, sin duda alguna.
Y después de todo esto, juro que creí que ya te había olvidado. Celebré con tequila mi supuesto desprendimiento y mi desapego de ti, que importaba que odiase ese licor en especial, su sabor amargo y añejo me dejaba pasar el sabor doloroso y apestoso que había dejado mi olvido de ti en mi garganta.
Después de unos tragos ya no pude más. Tomé una cerveza y me fui al mar, y solo allí me puse meláncolica, solo en la soledad de la noche y la playa de Manzanillo a las 12:01 de la madrugada de un miércoles pude liberarme y no pretender más ser algo que no era, y en ese momento lo que más fingía ser yo era la fortaleza, la maldita fuerza, la Diana grande y ruidosa que hacía mucho ruido al pasar que ahora le daba miedo el que dirán,
y tan solo frente a su padre fallecido representado en olas de mar se dignaba a soltarse, a lo que yo misma llamo liberar, y ahí mismo, sin miedo a las mesas que sabía que cautelosamente y quizá un poco divertidos, me miraban desde sus asientos, me acerqué más al agua y me dejé llevar. Y por unos minutos así fue, y agradecí por el tiempo. Y agradecí por las enseñanzas. Y maldije un poco también por tu partida tan temprana de mí. Cuando desperté mis botas y mi pantalón estaban mojados, inconsciente me había acercado un poco más a la marea furiosa. Regresé y vi de reojo quizá unas miradas divertidas por mi arranque de tristeza y soledad al aventarme a la esquina del mar, sin saber ellos mismos que yo esa noche me había empapado de mi papá.
Y esa noche fui a la cama tarde, más de lo normal. Tomé mi celular el cual no había revisado en parte de la noche de ese día y abrí tu conversación.
Tu piel. Toda tú, suave; me gusta. Fueron tus palabras exactas.
A pesar de que me había prometido no escribirte más decidí hacerlo. Y es que... a veces pesa, a veces duele, a veces mi herida sangra de más.
¿Cómo se le puede escribir tanto a alguien que no te lee? Que no quiere, que no desea, que no le interesa.
¿Cómo se puede querer tanto a alguien? Después de mil poemas, de mil noches en vela, de mil litros de alcohol tomados aferrada a olvidarte en un callejón de esta tierra mía a la que te aferras a llamar rancho, de tantas llamadas y mensajes y viajes proclamandote ser tuya y reclamándote ser mío, después de tantísimos sacrificios de mi persona,
¿Cómo puedes seguir sin buscarme? No me quieres para ti, pero tampoco para nadie más y yo no tengo los ovarios para soltarte y dejarte ir porque a veces soltar duele más que aferrar, y la presencia a ratos reconforta más el alma que la partida inmediata tuya inevitable desde la parte del colchón donde antes solías acostarte tú.
ya solo recuerdos y apariciones moméntaneas de un fantasma solitario que no le gusta luchar por quien ama quedan en mi alma.




