Son tus ojos... Ya no son tus ojos
Son tus ojos... ¡Oh, tus ojos!
Inefable brillo luciferino,
incomesurable tacto luminiscente,
perenne para el que en la luz aun puede ver,
ademán de las intensiones e imán de las atracciones,
melifluo cantar de los fuegos sempiternos del infierno.
Que ando nefilebato anhelando evitar la limerecencia
ante aquella iridisencia que ha de rasgarme los cueros
cuando la serendipia de su lejanía es lo que aún me da vida
y me permite ser un demonio mientras el cielo se dormía.
Como si la epifanía inmarcesible de mis adentros dijera:
- Aleluya, el desenlace es el olvido
¡Aleluya, el desenlace son distintos caminos!
Ya no ser víctima del descarnado doble filo
de un amor entre constructivismo corrompido,
la energía desbordante del caos vivo,
cuando el amor es más dañino
y la cantidad no es calidad
sí carecemos de conciencia-.
Son tus ojos... ¡Oh, tus ojos!
Evito todo acto de pensar en tu mirar,
lugar donde me absorben tus pupilas
es el lugar donde simplemente me he de quemar,
es el lugar donde las flamas a mi fuego lo han de apagar,
dónde los vientos huracanados y gelidos
ahorcan el arrebol y el alba,
donde el petricot es inexistente,
donde los ciclos desaparecen
y todo se estanca sí no se hidrata,
se cambia y otra vez crece,
tan sólo lo inerte
de átomos intermitentes
entre pestañas que aletean a muerte
que sin muerte es quieto, fijo, pacifico
como si no estuviese vivo.
Son tus ojos... ¡Oh, tus ojos!
Aquel potencial de un arcoíris
que sin tormentas y naturaleza
son sólo pupila e iris,
tan extraño como dioses sin Isis
o ella misma sin alas
y un cuerpo sin alma.