La Sopa de Pollo
Justo antes de volver a casa, piensas en tu pequeña hija y te sientes aliviada de que se haya acostumbrado a pasar tiempo con los vecinos mientras tú estás fuera. Te reconforta saber que puede cuidar de sí misma, ya que lleva su pequeña mochila violeta con todo lo que necesita.
No te das cuenta de que has estado idealizando la ausencia materna hasta que el vecino la deja enferma con diarrea y fiebre.
Después de que se va el médico, piensas en dejar uno de tus trabajos (el que te exige viajar) mientras el olor de pechugas de pollo hirviendo sale de una olla. Cuando le llevas la sopa, sus ojos se iluminan de vida e incluso bromeas diciendo que tal vez haya estado fingiendo todo el tiempo. Ella sonríe. Enfrías la sopa soplando cucharadas antes de devolverlas al bol, repitiendo el proceso.
El vecino, agobiado por la culpa, corre a las tranquilas calles del fin de semana a buscar la medicina. Sientes pena por él. Fuiste dura cuando el médico diagnosticó intoxicación. Cuando vuelve con los medicamentos, Diana ya está dormida y alimentada. Tú tomas el medicamento con una mano y con la otra lo guías suavemente por la cadera.
A la mañana siguiente, los tres toman la sopa de pollo para desayunar. Y la diarrea ha desaparecido.