Solo los caballos son inmortales

poema de Alastor

Fueron las sillas de montar la verdadera caja de pandora.
Desde entonces somos nosotros quienes buscamos un destino
Porque no hay destino que quiera aproximarse
A nuestra fútil búsqueda de necesidades y apellidos horribles.
No quiero decir que debamos ir desnudos a la oficina
Porque aunque en una lavandería jamás puedas encontrar
Al verdadero amor de tu vida ni a un caballo extraviado
Sí que empiezas a olvidar el suavizante de mamá.
Un caballo se parece a una motocicleta y no al contrario.
Tampoco encontrarás una motocicleta extraviada,
Ni obviamente bajo el influjo de un auriga desnudo.
Una vez vieron un piel roja montado por un mustango
Aquella anécdota-si es posible hablar de anécdotas en un poema-
Contrajo la primera enfermedad destilada en la caja de pandora:
El manicomio.
Poco a poco todo el mundo fue olvidando el suavizante de mamá.
Las primeras lavanderías eran salas de recreo que después
Se convirtieron en grandes casinos subvencionados por tabaqueras.
El olor a tabaco rancio de los jueves era compensado
Por un premio especial de un mustango descapotable
Con asientos de cuero y un encendedor inagotable
Para mentes anegadas de ideas brillantes como la cirugía estética.
Es sorprendente la velocidad que alcanzan algunos coches.
Aunque deslavazada en cierto modo es un rasgo muy humano
Querer ir aprisa hasta unos almacenes de electrodomésticos
Para dispensarse con una gran lavadora de uso personal
Con la cual ir experimentando con la alquimia del olor de la veste.
Pues si uno no siente ciertos impulsos, bienaventurados siempre
De frenesí y ambición desbocada al ir en un descapotable a 200
Jamás encontrará las autopistas mejor asfaltadas hacia el futuro
Con buenos ojos, psicodelia pura y conciencia interestelar,
Aquellas nuevas carreteras donde hormigas de acero
Compiten por ser las primeras en esquivar una muerte segura:
Si uno no practica la presteza morirá joven y sin aliento a nicotina.
Y es que no hay sensación como la de acariciar los segmentos del bienestar
Con los neumáticos hambrientos del mustango a toda velocidad
Y sentir el zumbido del peligro, sentirse vivo.
¿Acaso hay algo más parecido a lo que pudo ser cabalgar
A través de las laderas del crepúsculo, en soledad,
A lomos de un corcel con su mirada fija en tu propia alma?
El destino quizá lo marque el peligro, ahora bien,
¿Quién soy yo para marcar los límites de la naturaleza del peligro?
Jamás podré confiar en un trozo de metal asustado de una línea blanca
Viendo como un perro siente paz y seguridad tumbado al otro lado.
La velocidad y el destino no entienden de equilibrio, por suerte.

Comentarios & Opiniones

María Cruz Pérez Moreno -acnamalas-

Interesante escrito Alastor, grata lectura, seguiré disfrutando de tus letras. Saludos.

Critica: