El maniqui
Nuevamente vuelvo a caer en los estereotipos, en los tonos, en las formas, en el engaño de unos ojos de sol, de una bella sonrisa, de una máscara.
Me duele lo estúpido que fui por enamorarme de un maniquí que tiene un excelente dominio del manejo de la gente y de sus emociones y sensaciones, todo en forma conveniente a sus intereses.
Me duele lo estúpido que fui por haber creído que dentro de un maniquí puede haber raíces que generen vida, que puedan crear cosas bellas, que iluso fui.
Me da coraje el saber lo estúpido que soy, ¿porque me presto a la burla de la gente?, del mismo maniquí que alimenta su ego, su vanidad, de las emociones y reacciones que las personas tienen para con él.
Y la pregunta es ¿y que esperaba?, y al buscar en mi mente loca llena de endorfinas que bloquean mi memoria y mi pensamiento que esta 80% en el maniquí, logro encontrar una luz, una respuesta “únicamente ser feliz, ya que fue mi analgésico en el dolor cotidiano en el que estoy sumergido”.
Mientras, yo impulsaba este amor en cada momento que generaba en mi día, como un carrusel lleno de luces y belleza, que alimentaba el ego y la vanidad del maniquí el cual en cada vuelta me seducía y me pedía más y más halagos que me llevaban a caminar más al centro del carrusel donde hay un barranco de perdición y olvido de mí mismo, sin importar el dejar todo y perderlo todo por el maniquí.
Y ahora, al bajarme del carrusel de mi enamoramiento, puedo ver el maniquí sin maquillaje, sin formas, sin estereotipos, sin mascara, sin luces y hasta con abolladuras, con algunos raspones y marcas de antaño.
Al ver mi realidad, al despertar ya sin el maniquí que necesitaba para respirar, sin una ilusión, sin un analgésico, de una cruda moral y enfrentarme a la realidad, mi realidad cruel realidad, que me lleva a encontrarme con mi verdad de la cual quiero huir frecuentemente, lloro y me reconozco lo estúpido que fui al querer amar a un maniquí que no puede amar.