En Torre de Babel

Tu boca eterna, serena, primaveral, arroja
mariposas al mar y en tu aliento
se eclipsan los planetas como sombras
de hadas griegas mientras la noche se hace
madre en los brazos de la luna.

La lluvia solloza entre los pliegues de las nubes
y un tropel de arcángeles bautiza tu boca;
la campiña en verde acuarela ondea perfumes
que se adhieren a tus pies en un marfil
de profunda luz cual diamante fulgurante.

Amanece en tus labios de flor de mayo;
en ellos las alabanzas nacen y el evangelio de tu voz
en un callado yerto el cielo derrama
abriendo sus brazos siderales a la paz
que fluye de tu crisálida alma.

Las aves blanquean con sus alas de hostias
la copa del infinito lienzo donde moran
los frutos de los mártires y la verdad en claroscuro;
no existe poder ni hechizo, leyenda ni mito
que se compare con tu grandeza.

En Torre de Babel han de convertirse las señales
de tus ojos que reflejan los mirlos cultivados
en tu huerto; se conmueve la tierra con tus versos y la pluma
de Milton renace entre tus páginas clarividentes.

La huesa madrugada cual espanto se arrima
a tu respiro; corona tu aura y vuela junto a la niebla
extinguiéndose en las ramas ruines de una soledad
escapularía que deja sus huellas por doquier.

Me preside el duelo cuando te alejas; los paisajes
asemejan funerales y a la altura del silencio que me abate
se rompen los cristales de mis ojos.
El destino extasiado en su desatino me destrona
de tu altar y me hace ánima en tu búsqueda sempiterna.