Tristeza

No hablo de la tristeza, porque me falta vida
deseo o esperanza.
Hablo de la tristeza, del suspiro, de las lágrimas
porque atienden al futuro, reclaman,
abren sendero, alimentan fuego
despiertan a los más soñolientos.

Tendrá que caer la tristeza,
entre la alegría, el saludo,
la ternura, en las palmas de las manos
abiertas, en los que están malheridos,
los que han perdido el lenguaje y
hablan en galimatías, balbuceos, sonidos
personajes sin zapatos, con los pantalones
caídos, bebes desraizados por el frío.

La tristeza es una perdida ganada,
un sin fin de atuendos, de arrobo,
de calma sin furia, de un saber
que no nos ahuyenta, nos hace ser temidos.
Y fuimos algo más de lo que somos
tuvimos aciertos por no saber
como nos alimentábamos de miel, de aromas
de pueriles argucias, de juegos de invierno
salimos de una matriz efímera, como antojos
del que duerme con un ojo abierto
y en todo fuimos diestros, desconocíamos
los pesares profundos, nos sabíamos
etéreos, fugaces nunca, nunca prisioneros
del amanecer, la noche, el olvido y
sus reflejos.
Si fuimos despiadados, crueles, avaros
fue sin querer y queriendo
que las ráfagas de viento trajeran
otros aires,
donde las olas
rompieran el paisaje voraz que la tristeza
amamanta con anhelo.