Cada línea es tu nombre

Escribir es mi manera de no llamarte,
me repito como un conjuro de tinta,
como si poner palabras en el papel
pudiera detener el impulso
de buscarte en mi madrugada más frágil.

Cada letra es una grieta,
cada verso, un espejo
donde tu sombra se asoma
aunque jure que no pienso en vos.

No quiero escribirte —y sin embargo—
aparecés en la forma que caen las comas,
en los silencios de un punto y aparte,
en el temblor de un adjetivo que se parece a tu risa.

Te escondés en los márgenes,
en la palabra “ausencia” que ya ni subrayo,
en ese “quizás” que se niega a morir.

Escribo para soltarte,
y te hago eterno.

Escribo para olvidarte,
y te nombro sin querer.

Porque aunque mi boca no te diga,
aunque mis manos no te busquen,
mi alma —ingenua y fiel—
te escribe en cada línea
como si eso fuera amar sin pedir respuesta.