Tierra

poema de San Brendano

Gea, abrió los ojos. Estaba al lado del estanque. Repitió una oración corta y pidió protección. Una larga arboleda la custodiaba. Un árbol mayor, la iluminaba. Fijó su rostro en su hermana, Armonía. Las dos centellaban de felicidad. Armonía, cantaba junto a los pájaros. Vestida de rojo y canesú largo, sus descalzos pies tocaban la meseta del pasto. Gea, pensaba en el cielo y en el padre del mundo. Tenía apenas unos dieciséis años, pero era feliz en la tranquilidad. Caminó por la enredadera, las flores crecian, azules, rojas, violetas, moradas. El tulipán violáceo rizaba en el viento, las libélulas merodeaban en el horizonte. Caminó por doquier siguiendo un sendero de hierbas verdes, simpático, sonaba la luz de las calas. Y el árbol mayor, el Angus, existió antes que Argorea naciera y antes que la existencia humana se repitiera. Armonía, la vio irse y se deprimió de repente. Esto fue antes de que el collar de la envidia la matará. Gea, era hermosa y alta de ojos verdes y piel morena, de cabellos negros lacios hasta los tobillos, y su vestido era de verdozo color y sus hebillas doradas, su cabello tapado con una gorra del mismo vestido en amarillo. Caminó también sin sus sandalias de oro y llevó una vela de risina al palacio de los Dioses, la entrada del mismo era de un bapisterio ceremonial con candelabros de cristal, diamante y rubíes. Sus asientos de turmalina y ópalo, de mármol y pino. Las paredes resaltaban de pérgola de azulina y callado de ojo de tigre, lapislázuli y cerdas de algarrobo, con hilos de seda «Nogol» así subió hasta las escaleras de pergamo y roca mineral con trictas de berilo y asiduos de platino. Las piedras se ensalzaban de brillantes y chispas de oro, cordones de metal, azures blasones, banderas simples y bordadas de nacarado, subia y bajaba a su antojo, en medio de un recuadro imperial, otros cuadros hechos de relieve se interponían, un blason de cobre resonó, la espada legendaria de Edrolet, se asomaba más allá.
Gea, piso fuerte el suelo de perla, y miró a Urano, hermoso como ella, alto como un rey, de pelo negro, moreno y de ojos oscuros, vestido como un legendario Romano, con una túnica militar que le llegaba hasta los pies, bordado con flecos y metal ligero. Bebía de la copa, vino del mejor. Miraba a Gea, y al lado suyo,sus padres. El rey, habló.
—Hoy, festejaremos el dia del sol Inca. Los hijos del Sol nacerán pronto. Enviaré a los dos Dioses primordiales a el nuevo edén. Athena Phartenos sonrió. De blanco y con su cayado y casco de metal. Los ojos grises y la cara de plata, el largo vestido de crisolita blanquisima. Athena, miró a Gea y sus ojos dibujaron una media risa burlona. Gea, le vio con despecho, y volteó. Luego, escucho como los reyes elegían su destino y el de Urano. Los comprometieron en casamiento, y Gea acabo casándose con él bajó los árboles tranquilos. Gea, estaba en desacuerdo. Amaba a Urano, pero no quería casarse con él, detestaba la guerra y solo pensaba en la paz de su pueblo. La espada que blandia era Edrolet, la del fuego sagrado. Usada por reyes y reinas, forjada por el calor de los artesanos y herreros. Puesta en batalla para probar su agilidad. Gea, había sido elegida para manejar su diestra. La observó con precisión, era radiante de amarillo verdezelon, y gemas de oro puro. La cubierta de negro turmalina y cuchillos de magenta. Caminó al borde de la cama donde dormía con su esposo, y él se levantó para abrazarla detrás. Gea, rodeo sus brazos, y lo beso.
—Y mañana que será, que será...
—Lo que nosotros nos imaginemos, amor.
Gea, debatió.— Tengo un mal presentimiento con las creaciones que haremos del polvo y la tierra. No deberíamos hacerlo.
Urano, sonrió. — No te preocupes, mañana será otro día.
—Estas muy calmado. No te preocupa el futuro.
—No es eso, —prendió su pipa y fumó. — No es de mí incumbencia, si cometen un error serán exterminados. Deberías ver el lado positivo, deberías divertirte. Al fin y al cabo, son experimentos.
Gea, dudo.— No son ratas, son peores, son hombres y mujeres que traerán caos al mundo de los dioses.
Urano, desecho la idea de eso. Dudaba que pasará y que el mundo de los Dioses se vea perjudicado. —Habla con Athena Phartenos, la virgen, y ella, te dará su respuesta.
Gea, lo besó.
—Mañana a primera hora, hablaré con ella.
Pasaron dos ciclos de luna cuando Gea encontró a Athena en la arena de combate luchando contra Poseidón. Como era de esperarse, ella ganaba. Le hundió su vara en el pecho y lo venció. Su casco cayó, y sus cabellos largos y grises, se avecinaron en desprolijos bucles blancos y grises. Su espada a un lado, sus cadenas a la cintura. Alzó la mirada y halló a Gea, delante de si.
Fue al ágora a lavarse la cara y su pequeño pero vivaz cuerpo menudo, se formó de músculos por los antebrazos. Secó su frente de sudor, y se echó agua de un cántaro en la cabeza y expreso una mueca negativa.
—¿Que buscas aquí, Gea?
Gea, la rodeo sigilosa.
—Los nuevos brujos serán llamados Chamanes. Hablarán con los Dioses e invocaran su espíritu. Las creaciones serán puestas a prueba en el edén. Necesito tu consejo, Palas.
—¿De que tipo? —Athena, prendió su pipa y hecho humo a bocanadas.
Gea, le pidió entre susurros, — Evita que nazcan, Athena, evita que estén en el mundo. Sé que tienes el poder de la guerra, puedes hacerlo.
Athena hizo sonora una carcajada. —Estas loca. Yo, no puedo ensuciarme las manos. La única que podría es la diosa del agua, Chalchiuhtlicue. Nadie más podría.
Gea, asintió. —La esposa de Tatloc. Lo entiendo, Athena, no tomes esto como un pedido de amistad. Jamás te querré.
—Ojala nuestros destinos se hallen separados por siempre.
Gea, sonrió. Athena era severa.
Pasaron los años y los siglos, y los conquistadores mataron a muchos Incas, la Tierra se pervirtió. Adoradores y brujos malvados azotaron el universo con castigos terribles, enfermando a la Tierra, a Gea. Urano enloqueció y trato de matar a sus hijos, de su castración, surgió en el mar, Afrodita, Accra, madre de las notas musicales y madre de Eneas, un guerrero griego. Gea, sollozo frente a la tumba de sus hijos Incas al verlos exterminados y sin fuerzas, pidió venganza por ello y justicia, porqué no la hallaba. Encontró en los cadáveres, sangre y cadenas que tenían su imagen en cuerpos muertos, se agachó y gritó de dolor, por eso, odiaba la guerra. Athena se le apareció como una luz.
Gea, sollozo y como nunca alzó sus ojos verdes hacía ella.
Athena, le miró con compasión.
—Mi tierra también fue arrasada por los emblemas evangelistas de los conquistadores. Dios, es un asesino de almas, asesinos de gente inocente, de mí Athenas. Ojalá paguen por ello, lanzó su casco a un lado y cayó de rodillas al suelo.
Gea, tomó entre sus manos un pedazo de tela de sus Incas, la estampa de un colibrí con franjas verdes, se asomaba. Tuvo una idea. —A quien salve en el futuro tendrá que tener el corazón puro, y solo amar la justicia. Me esconderé en la magia de los chamanes sobrevivientes y esperaré un rey al que le daré un mundo y la espada de la luz. Athenas simuló entender, y asintió como ella.
—Espero me tengas en cuenta ese día.
—Te necesitare. Tú, vive en la memoria, como diosa de la razón, yo, en el corazón.
—Pasaran siglos antes de encontrar a alguien digno de escribir nuestra historia.
—La hallare aunque me lleve la vida entera, —levantó su vara, y miró a los muertos como a los vivos, miró a Athena y le dio una media sonrisa,—Hasta entonces,solo los chamanes me verán...
Y así, paso el tiempo hasta que cada persona enferma era sanada por un chamán descendiente de los Incas, hijos del sol, y Gea, cambió su nombre a Pachamama, divinidad de la Tierra, y cada vez que curaban ella les regalaba mundos que nadie entendía y no sabían usar. Y espero, siglos hasta que un día, una joven se enfermó y ella tenía pensado escribir sobre un pequeño mundo llamado Argorea. Un Chamán apareció delante de ella y le dijo que sería grande.
—Mi nombre es Raymi y voy a curarte hay una historia que contar y Gea, te necesita.
Ella, se mostró confusa.—Mi nombre es Azul, y no lo entiendo ¿Que historia? ¡Apenas sé leer y escribir!
—No,—le detuvo. —Tú, eres lista, tú, escribes y Gea, te ha elegido para que yo viva por siempre a través de tus historias. Azul, miró hacia abajo con pena...

Su pequeña Argorea, yacia entre mil páginas de un texto borrado aún no escrito, entre el tabaco que el chamán fumaba hasta el fin de los días...