Capitulo 1 : Elizabeth Bartory

poema de San Brendano

El siguiente cap es largo, pero si les gusta no dejen de leer hasta el final. Más que nada es un experimento de letras, gracias desde ya.

"Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el Padre comentó: - “¿Ha observado usted un campo de trigo en sazón? Unas espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a pruebe a los mas altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de granos”
-P.P-

Un viento se agazapa en medio de un torrente árido, especúlelo y frío. Las inmediaciones repiqueteadas en bellísimas y flucturecentes joyas, abarcando el rimbombante anfiteatro, lucen como una blanca estola, preparada en agasajar a sus futuros invitados. Entre ellos, fieles cortesanos, emperatrices de renombre y próceres que ostentan los más impávidos tesoros que testimonian su larga casta imperial.
La entrada al hermoso y destellante palacio, es escudriñada de cerca por cien soldados recubiertos en sus rostros, adonde, vislumbran unos fastuosos y oscuros pañuelos similares al de un monje. En sus morrudas y toscas manos llevan como estandarte pétreo, unos vigorosos cayados reflectando una cara extraña, de indefinida procedencia.
Alguién abre las portezuelas con fuerza estremecedora. Las centellantes algarabías, repujadas con minerales semipreciosos en todo su máximo esplendor, titilan con mayor ímpetu al percibir esa repentina entrada a sus mazmorras penitenciarias. Un eco agudo, ceñido, lantánido, se vuelve a oír. Las continuas farfullaciones de ineximidos espíritus sollozando en aquellas catacumbas, les hacen sonreír perversamente de jactancia y emoción demente.
Uno de ellos se inmiscuye en la semicripta entrada dando una señal de espera a los otros allí aconglomerados, a unos pasos tras suyo. Sus botas negras, con gruesos tacones de punta, atronan el desavenido subsuelo con imperecedera elocuencia y altivez proyectada en sus longevas facciones que a simple vista lucen aniñadas por conservar la juventud eterna. Los iris azules, malditos de belleza carroñera, hechiceros como ningún alma, que ni podrían parangonarse con Lucifer mismo al prestigiar esa aura calcinada y luminescente sobrepasando su color antiguamente, neutro, conseguían asustar a los demonios que brincoteaban en la obscuridad y arrastraban a fuerza con unos poderosos brazos de hormiguero a millones de animas apretujadas con grilletes y cuerdas.
Su vestido, hermoso, incrustado con piedras espectaculares de bizantinos tonos irradiando luces multicolores al peregrinar esas oscuras y mohínas cuevas, le servían como un espejo para no perderse entre la obscuridad. Su corona también, envidiable, iba ensanchada con modesta soltura, pero sosteniendo el peso ejercido de aquellos cabellos enrulados y cobrizos dándole un aspecto cadavérico e intrigante. Sus más repugnantes servidores, brujas escaldufas, enanos de feria y sucubos enfermos le habían arreglado unas horas antes esplendorosamente según las exigencias de esa dama y no habían tenido reparos en sacrificar modestas vírgenes para intensificar su belleza mediante apocalípticos baños de sangre. Ahora, delante de ella, la penitenciaria donde sus más apreciadas victimas purgaban sus afrentas destilaba un olor nauseabundo a muerte y destrucción. Eso le encantaba, siglos previos ella había sido una condesa estrafalaria, moderna e inquisitiva, que gustaba de pasearse entre los roñosos caminos a bordo de su horripilante carro de linaje noble. Se burlaba sin recatos de ancianos, niños u hombres trabajando al alba curtiendo sus espaldas bajo un sol asqueroso e implacable. Esa contagiosa risa morbosa era acompañada de las matronas que le cuidaban y satisfacían los más deslesneables anhelos que pudieran socavar en su cerebro ruin y despreciable. Era llamativa esa costumbre que poseía en detenerse frente a un alma infortunada, que estuviera sola, desprovista de afecto y atención en las oscuras rencillas del anochecer donde apenas, la benévola luna, en su cuarto creciente, filtraba unos rayos menguados sobre aquellas callejuelas sombrías y solitarias. ¡Como gozaba esos días! ¡las mejores épocas que tuvo el placer de confraternizar gracias a sus agudos intelectos! ¡No había imposibles para ella, la condesa sangrienta, Madame Angelique! Esa, a quién, actualmente, le decían con sabios murmullos para no importunarle: la reencarnación de Elizabeth Barthory.
Y su razón era solemne. Le conocían por cuentos y gracias a los rumores esparcidos como el viento sobrevolar las efusionadas tinieblas donde moraban sin descanso, por culpa del respeto humano y numerosas infracciones que, Silvestre, le había exigido saldar antes de ascender al penúltimo escenario. Allí tendrían un breve respiro, lleno de burbujeantes hedores de fuego y bruma pero seria más llevadero que cohabitar en esas atrincheradas grutas, despellejando sus cuerpos con absoluta maleficencia.
Angelique, contaba, era el año 670: Estaba comprometida con un prestigioso conde de sangre pura, miembro de una de las familias sumamente respetadas y elogiadas por su magnánimo conocimiento en artes negras y ocultismo. Ella, no tardo demasiado en adoptar las anherveradas tradiciones usando ese instinto, negro, maquiavélico y enajenado que desatendía el protocolo real. Su esposo, un hombre anciano pero influyente, le alborozaba con alimentos y viñedos traídos del anchísimo mar oriental donde tributaban exquisitos racimos de especias y carnes fascinantes a su neófito pero erudito conocimiento de otras islas que rememoraba para identificar el origen real de esas raras variedades. Sencillamente, sus capacidades intelectuales, dejaban con buen sabor de boca a la primorosa condesa.
Al principio, lucia inconforme con algunas insuficiencias y privaciones que el temible Conde le hacia soportar, ensimismado, con el futuro poder que Angelique adoptaría una vez, la magia neurótica recayera en sus dóciles pero fieras manos juguetonas. El sexo entre ellos resultaba inocuo, aburrido y parvo de entretenimiento. Los placeres de la carne eran poco convincentes y sus pasatiempos en la alcoba no le suscitaban un orgasmo ni por casualidad. Debido a eso, tuvo que hallar un recipiente donde volcar todas sus frustraciones sexuales y hace muchos años, sentía la asquerosa morbosidad de encamar a una mujer para sedimentar en ella, sus perversas declamaciones y hacerle quien sabe cuantas diabluras en sus pieles mojigatas.
El plan surtió efecto. Doce jóvenes niñas le lamieron su cuerpo hasta que ella cayo somnolienta. Le gustaba frivolizar sus encantamientos y maldades, tallando sus pezones con hierros candentes y punzones filosos traspasando sus vientres sin procear o incluso, los ojos entrecerrados y desprovistos de luz le llenaban de goce, aún más, cuando les inoculaba sus potentes cuchillos en plena locura, obviando la anestesia que les daría una muerte rápida a semejante dolor.
Montando su carreta, empecinada, negra y roja, como un sedimento inyectado en magmas trastabillando los redondeados aros que emitían un funesto alarido; oteó por su ventana, replegada por una fina cortina de pictografías azules como tapiz, a una mujer bastante andrajosa en su vestimenta empobrecida. Tenia las marcas habituales de una vejes temprana, aunque sus gentiles y hoscos rasgos testimoniaban una madures sin precedentes. Angelique trago saliva, debía pitorrearse de esa repulsiva imagen, solo así tendría satisfacción, no habría marcha atrás.
Su Meretriz de confianza, antigua sacerdotisa, encargada de protegerle y velar por ella, sintió un brutal espasmo anquilosando su corazón de hielo. Justo, en aquel instante, cuando Angelique iba a descender de su fonganoso carro, arrastrando su majosa indumentaria recreada por costosísimas sastres en inoperante delirio maniático, le detuvo. Su mano fibrosa, aperreada por enormes venas amarillentas y repletas de joyas y anillos, temblaban estupefactas.

—Señorita Elizabeth. — carraspeo pálida su tutora. — tengo un presentimiento no meritorio para usted. Debemos irnos ya mismo.
La arrogante mujer, rozando su collar de pencas carmesí con analítica jactancia, le miro seria. Hizo caso omiso a su advertencia y le indico al chofer esperarles unos minutos, en tanto, ella, se entretenía haciendo rabiar a su nana.
La espeluznante bruja, ataviada con finísimos ropajes de lentejuelas y bellísimas incrustaciones de oro y diamantes, le suplico una audiencia inmediata. Elizabeth, inmóvil, con su típico talante de señora rica, le contemplo ladinamente. Sus orbes castañas le translucían una fascinación indescriptible.
Veduina limpio su añosa frente con un pañuelo de seda importada y saco entre sus carísimos bolsillos, una esfera cristalizada que emitía rayos y fracciones electromagnéticas azules.
Como un baile ceremonial, entre humos abyectos, impuso sobre Elizabeth sus esquizofrénicas nigromancias y expiro un sutil e inentendible dialecto para averiguar su ansiado proceder. La condesa, hastiada de tantos preámbulos, rechisto su lengua en pose ecuánime y se dispuso reestablecer su malograda caminata que Veduina, necia, le impedía realizar como entretenimiento de oficio.

— ¡Ya! quítate anciana, me irrumpes la senda. — Elizabeth, intento evadirla pero fue inútil. Veduina no le permitía salirse con la suya.

—No te iras, hasta escucharme. — su tono de voz era imparcial. Sus iris negros parecían estar constreñidos en ira y difamación, sin embargo; la obediencia era primordial. — Tú, niña, eres demasiado irreverente. He sido quién te ha cuidado desde que viniste a este mundo, babeando y pataleando entre mantitas de oro y holganza, así, que exijo, un mínimo de respeto. — dijo llena de sudor bañándole sus tiznadas facciones que repelían al humano común pero jamás a Elizabeth.

—Como quieras, tienes diez segundos o me voy. El reloj corre, habla. — La bella mujer cruzada de brazos espero su veredicto. Una mueca vil permuto sus libidinosos hoyuelos con aire enigmático.

Recobrando enfáticamente su postura, Veduina se atrevió a irrumpirle su momento de gloria. —El cuenco del averno es claro no contraproducente. Negarlo sería la ruina, traería guerras y asolaría tu estirpe sin compasión. Debes seguir al pie de la letra, mis consejos. Si te diriges allí. — apunto a donde se hallaba esa anciana vendiendo frutas y diversos comestibles acuclillada en un modesto y precario asiento de madera. — las consecuencias serán turbadoras. Perderás Elizabeth y no solo la influencia, también el honor. ¿Quieres ese final inexpugnable para ti y a los que profesas algo de simpatía? ¿De verdad, desobedecerás mis verosímiles clarividencias e ignoraras el provechoso aviso que nuestra madre, Lilith, nos dio como regalo para escudriñar nuestras espaldas?

Elizabeth pareció reflexionar esos últimos términos. Su corresponsal, aquella empolvada bruja de pelo acasio y blanco jamás se había equivocado. Observo detalladamente el horizonte, los postreros rayos que emitía levemente la señora blanca, aumentaban de fulgor y atravesaban sus lindas iris castañas. Necesitaba respuestas, era verdad, la clave de toda su empalagosa satisfacción que no recluía, siquiera, una tenue lagrima por su condenada y bufonesca alma de mujer pero, aún así, de niña infatigable, pecaminosa e invencible.
La anciana que sostenía un ramillete de claveles entre sus desgastados meniscos le resultaba peculiar. Debía entablar una charla con ella, refutar sus teorías, desencadenar una masacre de ser necesario. Tenia que vengarse a como diera lugar de sus semejantes, el estupido del conde y las idiotas concubinas suyas.

—Llegaste tarde, Bruja. Nadie va a detenerme. ― Elizabeth expreso una risotada maligna, Veduina parpadeo ante semejante improperio. ¿No iba a escucharla?

― ¡Detente! ¡quizás este equivocada! ¡pero Silvestre reaparece de muchas formas y colores! ¡no le hagas enfadar! ¡mis visiones son claras, legibles, te pasara lo mismo que a él, ese Rey que sentencio la confianza divina por considerarse apto para cometer desvergüenzas! ¡No vayas Elizabeth! ― se quebró al sentenciar esa epifania desgarrando sus cuerdas vocales, muchos años después, la bella y maligna Condesa iba a entenderlo y pagaría su elección hasta la más dolorosa gota de vida que sobrara en ella.
― Lo siento, mi camino ya esta trazado. ― Elizabeth se despidió con un altivo ademán y sus costosas joyas centellaron de lujosidad y magnificencia.

500 años adelante...

Angelique inspiro las soleadas fragancias del séptimo chapitel. Movió sus bellísimos y engonominados bucles impertérrita, los unió nuevamente a su corona que sostenía el resto del peinado. Dibujo una mueca desganada, frunciendo el entrecejo con impaciencia surcando sus alabastras facciones de pequeña subrogada a esa forma, repugnante y asquerosa de menor opacidad para sus inocuos modos de desenvolverse frente a esa lasciva como infernal catedral.
Llevo su hermoso vestido, recorriendo las inmediaciones con escrutes inapreciable en sus podridos ojos, antaño marrones y ahora, azules como océanos de vida muerta. Tenía aún, su querido y apreciado collar revistiendo su frágil cuello de paloma, adonde Silvestre le encantaba morder para su deleite erótico y detestable. A ella no le gustaba ser, el animalillo putrefacto donde su maldita reina perpetraba sus laceraciones y volcando su ira, le atormentaba con bárbaros tormentos.
Encajeto su mandíbula llena de odio. Apretó sus puños hasta que sangraron de coerción. Esa maldita se las iba a pagar tarde o temprano, muy pronto, su ira, ceñiría el universo interdimensional con magníficos fuegos artificiales. Ella sublevaría las reglas, ya sentada y ajaezada con las más exquisitas riquezas del palacio adonde los bufones y muñecos mórbidos actuaban para su diversión.
― ¡Angelique! ¿Ya podemos entrar? ― un horrible desparpajo de ser viviente con ambas aguaceras purulentas blancas y una estatura media para su edad y poder que sobrepasaba su inteligencia e ingenio avaricioso le repelía desde el otro lado con su mirada fija en ella. Tras de él, tres personajes raros y misteriosos le templaban con inquina furibunda. Una era mujer, de cabellera rojiza y ropajes medievales muy similares a un vampiro que despertó de una larga ensoñación: Su nombre era Rosa, (Lilith del submundo). Su contraparte, un muchacho de avanzada edad pero todavía fascinante de rostro y ojos demasiados violetas para su pérfido semblante circunspecto, reflejaba un traje excepcional de gabardina negra y una llamativa galera azabache que le daba un atractivo burgués. Éste era el Anfitrión (segundo guardián taciturno del tercer submundo, después del Bufón). Los tres raudos y veloces, finalmente, estaban juntos como hacia muchísimos años no habían tenido esa oportunidad.
Angelique bufo molesta. ―"¡Esos niños jamás aprenden!" ― Si, entren. ― les dio su aprobación. Ellos ingresaron majestuosamente, las amalgamas que contendían en sus grandiosas prendas eran motivo de envidia en general.
― ¡Ya verán! ― La condesa sangrienta alzo sus manos en gesto dramático al espacio infinito, los abovedados centinelas chispeaban de luz y las supernovas estallaban con brillo predilecto ante sus zafiras miradas dementes. ― Ascenderé a su trono, robare sus episteas naciones e impondré mi reinado como único que merezca ser glorificado. ¡Silvestre ha de morir! ― una carcajada estrambótica sonó como un descomunal chillido y los gritos ahogados de los prisioneros quedaron apaciguados frente a esa maligna función de medianoche.

Comentarios & Opiniones

Gerardo Postmortem

wow!!
muy buena. Tu narrativa es excelente!!
mis mas sinceras felicitaciones.

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San Brendano

Gerardo: ¡mi primer lector! gracias por leerme y bienvenido. Muchos besos.

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ELVIRA COLQUI

buena prosa querida.

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San Brendano

Gracias Elvi =D

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María del Rocío

Wow! Ja! Elizabeth la condesa sangrienta! Que buen cuento/realidad nos recuentas me llevaste a una historia que me fascinó al conocerla hace años. 650 niñas desagradas no le bastaron trataría incluso a la realeza. Me ha fascinado leer Sil!!!

Critica: 
María del Rocío

Tu fantástica capacidad de escribir es superior!

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San Brendano

Maria: Eres un ángel, gracias. Tuve que leer mucho y ahí nacio la historia. De verdad, me siento halagada con tus palabras y dulzura. Muchisimas gracias.

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alfre

Muy buena

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San Brendano

Gracias Alfre!!

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XavieR

Wao tarde en leerla !!! Pero valió el tiempo ??? Muy buenas prosas ??? Te felicito :D

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San Brendano

Mc: Gracias x leerme. Si, tuve que leer mucho, pero me gusto escribirlo. Saludos.

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Miguel

Muy buena, felicidades

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San Brendano

Gracias miguel besos.

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La Dama Azul

Estupenda obra, toda una escritora¡
"Llevo su hermoso vestido, recorriendo las inmediaciones con escrutes inapreciable en sus podridos ojos, antaño marrones y ahora, azules como océanos de vida muerta."
Saludos cordiales

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San Brendano

Gracias Gaby, por tomarte el tiempo de leer y comentar.Todos los besos.

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