Askwea

¡Valiente, colosal, madre del universo!
¡Eterna, majestuosa, con pechos brios surcando la inmensidad!
¡Primorosa, femenina, un mundo traspasando sus pupilas verdes!

¿Cuantas veces me has salvado del naufragio?
¡Querida madre, hermosa y terrenal!
Tu escudo brillante centellea como bronce recién pulido.
Una fina holganza de paños indios recubre tus sienes.
El eco que tamborilea al oírte llegar con pasos decididos.

El inmenso panteón de majestades que han conquistado las épocas durante tantos siglos, te reciben con actitud beligerante, al menguar su rostro al suelo y congraciándose de la misma forma en la que tú, Hera; protectora de ambos mundos, relatas flamantes epopeyas cuando surcaste el paraíso y venciste a las legiones negras.

Yo puedo emular tus historias y aseverar que siempre han sido de origen verídico.
Prestaría mi orgullo al sequito de inmortales Griegos y Olmecas solamente para reverenciarte como deben ser nuestras costumbres.
Me despojaría de mi pleto dorado y sostendría mi lanza, tras mis famélicos hombros súbitamente cayendo en las arenas, donde tu estirpe india dio inicio a la nuestra.
¡Escuchen almas subrogantes! ¡Abran sus mentes y definan su agudeza!
¡Que no haya ningún guerrero sin oír lo que mi espíritu unido al de esta anciana madre tenga que ocultar!
Nací en las reverberadas estaciones y bebí el aliento germinado que recorrió esos arroyos intrínsecos.
Crecí, en estatura e inteligencia y fuí aprendiendo el respeto hacia mis sanas tradiciones.
A medida, transcurrieron los años, esa joven de harapientas formalidades hiso una familia nueva y juntó a sus hermanos dispersos para hacer un homenaje a su querida diosa.
Ahora, centenares de momentos, pudieron erguirse de pie y olvidar sus antiguas perversiones y expresaron en una gota de lluvia aquél pesar de nuestra alma.
Y eso, solo, es debido a esta hermosa y silenciosa mujer de espejismos sagrados.
Has vencido a Athena, Hipolita y Juno, sin vaticinarte entre sus legiones.
Alzaste una bandera en campo sangriento, trotando ferozmente y a la par de tu unicornio alado.
¡Yo te reverencio, Diana de otras tierras neptulianas!
Pues, eres, una imagen opuesta a la religión que diferentes hombres aún profesan.
Conocí el bizantino estandarte, me enceguecí con su voluntad, sin embargo, también él acabo por herirme.
Te atreviste a derribar las compuertas del reino maldito y usando una magia de carroñerias azules purificaste los avernos.
Incluso, Hades, el agonizante espíritu, huyo ante tus curvas militares.
No derramaste ni una sola lagrima por mi cruel destino.
Moviste cada influencia y desafiaste el horizonte para salvarguarme.
Dos trenzas proyectan en tus rasgos neondartales una afección sin igúal.
Un rostro trigueño, iluminado por una ruberescente constelación te engatusa.
Ambas aguaceras de pino quemado te dilucidan como nadie.
Y tu eterno retoño hecho con madreselvas siempre está protegiéndote del mal.

¡Gracias, benévola manifestación del ser creado, esposa del cielo, mi única reina!