Sentidos Equilibrados (microrrelato)

poema de HACCE13

SENTIDOS EQUILIBRADOS

Era media noche, en la oscuridad de la misma se abrigaba toda una ciudad mientras brillaban las luces celestiales; estrellas grandes y pequeñas que al no poder competir con el fulgor de la luna llena se conformaban con llenar los espacios de la noche en función de la más antigua alegoría desde el comienzo de los tiempos.

Desgraciadamente no había quién las contemplase salvo Jelot, quien se paseaba por las calles rodeado de vitrinas vacías en compañía de alimañas indeseables que se paseaban por sus pies en cada tanto, porque esconderse a degustar alguna migaja de pan era su instinto primario. El segundo era dominar la tierra creando una superpoblación que acabase con todo grano de trigo, maíz y demás. Jelot no tenía el menor interés en sabotear sus planes ocultos; de hecho no buscaba evitarlas, ahuyentarlas o matarlas, él mismo se sentía alimaña. La sociedad se lo gritaba a diario con sus miradas de desdén y sus cotilleos “disimulados”. Quejas en la mente que jamás iba a poder expresar, pues, ¿a quién?

El aislamiento era lo más infame. Vivir rodeado de personas no significa que has dejado de estar sólo. Pueda que lo único que compartan sea la soledad. Él lo sabía más que bien puesto que había vivido así por muchos años. No sabía cuántos, no podría afirmarlo con la misma certeza con la cual sabía su nombre, ya que perdía la noción del tiempo por momentos.

Esa noche no sólo las estrellas habían sido convidadas. Jelot pronto se daría cuenta de que estaba siendo observado.

El titileo de las luces públicas hizo que despegara su vista del suelo pero la sombra que se proyectó seguidamente fue lo que lo horrorizó por completo. Era la sombra más espeluznante que había visto o imaginado. Era un ente, cuyos brazos caían hasta al suelo y se arrastraban tras de sí como una capa.

Jelot y el adefesio se veían el uno al otro a cierta distancia hasta que el ente misterioso con complexión de hombre, salvo por sus brazos lánguidos, extendió los mismos y abriendo su puño dejo caer un saco que no parecía tener un peso significante, es decir, aquellos brazos escuálidos lo habían propulsado sin evidente esfuerzo hasta unos pocos centímetros. Al caer al suelo había producido el sonido de un espejo al quebrarse. Jelot era supersticioso como los de su época, y daba un paso atrás al sonido de una condena de siete desafortunados años; bastaban con los que había vivido.

Para agravar su estado de inquietud notó que todo a su alrededor comenzó a girar con lentitud hasta una velocidad desorbitante.

Estaba en el ojo de un huracán con un saco con quién sabe qué y con ese personaje tan excéntrico de mirada profunda y escalofriante. Sin que pudiera predecirlo, el ente dio un salto hacia atrás y, como bestia hambrienta los vientos de esta especie de "huracán” lo consumieron. Tras unos segundos eternos de nuevo hubo paz en la ciudad de Jelot.

Para entonces más intrigado que nunca, Jelot daba un vistazo a lo que había en el saco. Primero percibió los olores más gratos: desde el pan recién hecho, el olor a primavera, incluso de la tierra mojada y de la brisa matutina; seguida de los más repulsivos como el de las alcantarillas y la fetidez de un zorrillo. Atemorizado buscó el origen de éstas y se dio cuenta que provenían del frasco que se había roto en cientos de pedazos. Prosiguió con cautela a sacar lo que parecía una máscara de carnaval. Se la puso y los colores más brillantes se desplegaron en un arco iris de contrastes y luminosidad. Se atavió el mundo por unos instantes. Los colores vibraban con la frecuencia casi taquicárdica de los colibríes. En el saco habían pétalos de rosa que suavizaron su tacto áspero y destructivo, un silbato que liberó las más bellas sinfonías de Chopin, el llanto de un recién nacido, el sonido de la lluvia sobre los tejados, asimismo los ruidos de la ciudad, los chirridos de un aprendiz al tratar de ejecutar un violín. Por ultimo junto con los cristales rotos había un pedazo de queso. Se aseguró de que no hubiera vidrios incrustados en él, y dio la primera mordida. ¡Sabía a gloria! Pero a la segunda mordida supo al queso rancio que era.

Las alimañas no creían lo mismo y se abalanzaron sobre el queso como las ratas después de que Jelot lo tirase al suelo deliberadamente anticipando la reacción que desataría.

Unos minutos después el sol ya hacia su entrada sobre la ciudad. En la luz de día fue más fácil para todos darse cuenta de los cambios operados en Jelot : estaban asombrados. No era el mismo. Podían decirlo por su porte, ya no era un primitivo; sino uno civilizado. Su habla no era avasallante sino armoniosa. No tiraba de sus cabellos enfurecido. Ya no era un loco desquiciado. Sus sentidos le habían sido devueltos en la proporción exacta que lo asentaban a la realidad, y lo despojaban de esa extenuante soledad. Su mundo había sido mágico y sencillo, pero no poder comunicarlo lo hacía insufrible. Nunca reveló cómo había salido de ese estado demencial a la sobriedad de la cordura, pues si lo decía, lo creerían loco de nuevo. Sólo sonreía para sí pensando en que las manos de aquél ente tal vez se habían alargado después de este como suele decirse: “Le extendió una mano.”

Comentarios & Opiniones

Lorena Rioseco Palacios

Excelente micro, me encanto,millones de estrellas querida HACCE y un fraternal abrazo!!

Critica: 
HACCE13

mil gracias Lorena por cada una de las estrellas ! un abrazoooo desde Honduras. Te deseo lo mejor en tu vida diaria!

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