Dimes y diretes en el Madrid de Felipe IV

... / ... No le contemplo yo a su merced contemporáneo de tabernas frecuentadas por malandrines y gentes de mal vivir, sino más bien me place emplazarle como hombre versado en ciencias y letras, refugiado en su despacho enfrascado tras los tinteros en el estudio sobre la gramática de textos antiguos.

Amén que podría errar en dicha mención, sin embargo, estimo no equivocarme en emplearle de fiel bibliotecario, guardián de legajos de aventuras, tarea que bien justificaría las idas y venidas de su trastocada testa que, embargada parece, doy fe, a desenvolverse oficiosamente en un fantástico mundo de justas y pleitos caballerescos.

Pero más allá, de aguantar su desahogo del diablo en sagrada confesión, mi misión no acaba con ponerle penitencia de Credos, Padres nuestros y Ave Marías, porque mi compromiso como siervo del Altísimo y ordenación como Jesuita, me obliga a reprenderle severamente, a fin de que no continúe cebando la pensadera. Le ordeno y le requiero pues, a enfriar ese corazón, pues los asuntos de faldas que persigue, bien le pueden dirigir con sus huesos a terreno de camposanto antes de lo previsto.

Si quisiese vuesa merced aventurarse al oficio de clérigo en vez al de espadachín, vería que eso de "meterla en caliente" solo es cosa de botarates, y se percataría de lo beneficioso de acogerse al celibato.

Tenga además presente que practicando la contención carnal se descuida de saldar cuentas de honras y por ende reserva un sitio acomodado en el cielo de Dios nuestro señor.

Pardiez, amigo mío¡ Le imploro a recomponerse, pues el sosiego bien mediante y cosa de todos es, pero puesto en práctica por muy pocos!

Y si no estima mi palabra como buena consejera, raudo debe acudir a un espejo donde se observe de pies a cabeza, para comprender humildemente que su figura no representa precisamente a la de un mancebo bien parecido.

Lustroso es su ropaje, cierto es, pero el "hábito no hace al monje". Sus hombros enjutos y costuras mantecosas delatan un débil porte, que ni por asomo, tampoco se asemeja a imagen de recio varón, que con la bendición de sus atributos se juega el pellejo por unos pocos ardites, a sabiendas que también dispone de buen hacer para concluir desaires a puñadas, estocadas o como se tercie.

Me pregunto yo entonces como religioso y confesor: Considerando su pobre condición, ¿qué puede haber de malo en ser de temple comedido o de anchas tragaderas?

Se lo digo yo sin acritud a su desesperada merced, que en secreto de confesión he escuchado a cientos de pecadores y religiosos penitentes, ilustres o bellacos, todos ellos cornudos y apaleados por igual sinrazón.

Ande hermano mío, calme su sed de venganza con otro cuartillo de vino fresco y acompañemos el caldo con un trozo de queso, de ese traído de Porquerizas, que las buenas viandas bien asientan la panza al mismo tiempo que aplacan el espíritu inquieto.

Y ¡por Dios que no sienta su merced mayor aflicción!, que, de igual manera, por un escudo pueden ser doncellas las putas y putas las doncellas, sin que al cambio medie remuneración alguna cuando la dicha les favorece.

Entiendo que razones no le faltan para cruzar con guante el rostro al que por insolente osase mancillar el honor y nombre de su señoría, pero métase en su cabeza también que los maridos son cornudos y cornudos pueden ser los malnacidos que se jactan de haber puesto la cornamenta primero.

Si piensa que exagero, preste atención su merced a los sonetos anónimos que hablan de la abundancia de fardos inertes en las calles. Mancebos y esposos, ambos ultrajados o despechados, y todos despachados a golpe de intercambio de acero o pistoletazos de plomo y pólvora.

Escuche bien, son malos tiempos los de cobrar rencillas y ajustes de cuentas en duelos al margen de la ley. Las gentes perecen prematuramente por doquier y este asunto incordia sobremanera al Corregidor, que enfurecido reprende a sus alguaciles por no salvaguardar el orden en la capital del reino de su graciosa majestad Don Felipe IV de España y III de Portugal.

Y ya que mentamos a nuestro soberano, su merced reconocerá por si mismo pues, el legítimo disgusto que padece el Rey, ahora que el tufo de los cadáveres contamina el aroma de los lirios de sus jardines.

Han llegado a mis oídos rumores que me hacen cavilar que este turbio asunto pudiera obedecer a secretas con origen en la reciente unión dinástica "aeque principaliter" y ejecutadas por mercachifles bien pagados.

Es bueno recordar que el enlace de la Casa de Austria con Portugal, levantó envidias en buena parte de los vasallos que rendían pleitesía a la Corona, y que, no fueron pocos los nobles que conspiraron para aspirar a Marquesados y Ducados sobre la adhesión de las nuevas posesiones de Ultramar.

Mas a pesar de la desazón de nuestro amado regente, tan certeramente apodado "el Rey Planeta o el Grande" por estas conspiraciones de Estado, no hay que destemplarse pues, porque sin duda Dios le ha iluminado y le ha prestado su cayado para golpear a bandidos, ajusticiar a traidores y expulsar a herejes, y por encima de todo, para preservar "sine qua non" los votos Católicos en la Monarquía Hispánica.

Bien se percatará pues su merced, que tanto dar matarife al prójimo como desengalanar los territorios del imperio dominante en el mundo, se considera un terrible desagravio.

La presencia de cuerpos tiesos de rufianes indeseables, abiertos en canal y desangrados, como si de restos y despojos de mercadería fresca se pena con garrote.

Sea en consecuencia prudente con las compañías que frecuenta, pues nuestro monarca es aficionado al teatro y las artes escénicas, pero no es condescendiente con las chanzas y fanfarrias de sus súbditos.

Asistimos a escenas del populacho que si bien son reclamo para que pintor, escritor o poeta las recoja en su obra, son poco o nada convenientes para galanear a espías viajeros y caminantes.

Y por supuesto para los intereses monárquicos.

Mi querido Maese, con todo lo dicho, deje de alimentar su tosquedad, y menos aún se tome a pecho los lances entre mujeres, déjelas a ellas que arrojen sus bulos en los mentideros y que resuelvan sus disputas con zarandeos y tirones de pelo, desmontándose a jirones vestidos y escotes, que bien servidos son cuando procede usarlos como reclamo para otros menesteres.

Apártese su merced de las estocadas anunciadas de sus enemigos, más cuide ceñirse el jubón y guardarse la tripa baja de las mojadas maliciosas de los que considera sus queridos y leales, que alguna le arrojarán seguro, como nos ha pasado a todo hijo de vecino.

Ruego al Altísimo para que su gracia abrace la prudencia. Ahora pues, le ruego que enfunde su espada y prepare su tizona española de hoja recta y guarnición de taza, para necesidades más dignas e imperiosas. Deje los arrestos a los zoquetes de los mancebos, que bajo esa condición alcanzará vida más pura y longeva.

Mujeres que rebajan su condición como la puta madre que las parió las hay y las habrá a montones.

Hágame caso señor mío y sea hombre pragmático, pues si no estima bien a tener en buena valía el testimonio de un clérigo, juzgue el caso por el refranero del pueblo, que el sabio consejo del acervo popular tanto acertado es como en los testimoniales de confesión.

Más le vale ser cornudo y deshonrado, que condenarse a verse obligado a licenciar a algún desgraciado y acabar preso en galeras, o ser licenciado por algún mequetrefe, de una vida terrenal que le puede dar grandezas y nuevas bienaventuranzas más pronto que tarde.

Y quién lo puede saber señor mío, salvo el Padre Celestial, si en próximas jornadas no ganará el favor y descendencia de una dama cortesana o si poniendo unas cuantas leguas de por medio alcanzará la suerte y gloria poniendo una pica en Flandes.
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© 2023 Juan Manuel Samaniego OcaÑa
"Dimes y diretes en el Madrid de Felipe IV"
(fragmento de la novela Homo Sapiens Sapiens 2.0)
Todos los derechos reservados.

Comentarios & Opiniones

Silvia

Lindas imágenes!
Historia sagrada donde leemos historias de honor y a veces no tanto.
Te mando fuerte abrazo!

Critica: 
Juan Manuel Samaniego OcaÑa

Muchas gracias Silvia por tus palabras. Como verás he pulido el texto. Sí te gusta este estilo te recomiendo El Capitán Alatriste de Pérez Reverte. Un saludo.

Critica: 

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