La Cordillera de Annam

El octavo río más largo del mundo es el Mekong, recorre seis países desde el Himalaya hasta el Mar de China Meridional. Al llegar a Vietnam, paralela a la costa se levanta un conjunto de montañas conocidas como las Annamitas, que lo separan de manera natural de la angosta llanura, que asoma a la ribera del mar de China
En un sitio indeterminado entre las mesetas de Nakai y la de Bolaven vivía una familia de agricultores compuesta por Yantsé, Liang y sus cinco hijas.

Debido a su economía de subsistencia todos los miembros de la familia debían en la medida de lo posible aportar con su trabajo diario el esfuerzo necesario para que el sustento no faltara en el hogar.

Yantsé, hombre moral y pertinaz, era también hijo de agricultores, todo lo que sabía lo había heredado de sus padres y abuelos y éstos a su vez de los propios, pero a pesar de generaciones de trabajos y penurias la vida de él era igual o peor de penosa que las de quienes le antecedían.

Un día en una región distante cerca de las riberas del Yuan, Yantsé se detuvo a descansar, sin reparar en el tiempo que hacía y vencido por el agotamiento se quedó dormido. Cuando despertó ya la noche le había cubierto y un rocío intenso empezó a caer apremiándole a volver.
En su apuro vio a más o menos seis brazas inglesas unas luces que parpadeaban como antorchas, sin saber lo que eran y desorientado por su repentino despertar continuó el regreso sin preguntarse más, pero, al reparar nuevamente de soslayo vio como aquellos fueguecillos se le aproximaban.
En seguida dejó de suponer que podían ser otros campesinos y se alarmó al extremo que emprendió la huida. El rocío de aquella noche dio paso a una lluvia cerrada a compás de viento enrarecido que le cegaba, cuando en medio de todo escuchó con pavor el estruendo de un disparo.
Las luces o chispas que le perseguían empezaron a alejarse en una dirección distinta a la que Yantsé había elegido para su improvisado escape. Exhausto y desorientado se detuvo consternado, reanudó la marcha y notó una proliferación de montículos en el terreno, todos perfectamente alineados.
Mientras observaba una hilera de ellos fue a tropezar con otro, un montón de tierra húmeda y hierba. Contrariado se incorporó del suelo y descubrió una piel semienterrada. Apurado por el temporal la desenterró del todo y luego de sacudirla en gesto de comprobación se la llevó consigo.
Yantsé no fue capaz de llegar a su casa hasta el día siguiente, desorientado y enfurecido por las circunstancias le fue imposible encontrar el camino de vuelta, a pesar de conocerse las mesetas como la palma de su mano.
Liang, su mujer, al verle a lo lejos regresar recuperó el alma y corrió a su encuentro. Aun llovía y sus cinco hijas a pesar del temporal tendrían que salir a trabajar en los campos. El hombre rendido y enredado en la piel que había encontrado se echó a dormir desfallecido.
Suong, su hija menor, cumplía ese día quince años, y como de costumbre tanto trabajar sin beneficio hacía que el aniversario de la chiquilla pasara sin más, nadie reparó en que ésta no se había despedido cuando todas salieron al campo.
Suong se había propuesto no hacer nada ese día, así que dio un rodeo por el camino que solía transitar para trabajar, y volviendo a casa cuando su madre y sus hermanas no estaban, sorprendida encontró a su padre durmiendo envuelto en aquella piel que se le figuro nueva y maravillosa.
Una conjetura llevó a otra y concluyó que su padre era igual o peor en su mezquindad que su abuelo, para quien todo se basaba en trabajar y trabajar más. Ya hacían más de diez años que no recibía nada para su cumpleaños y nadie le había ofrecido ninguna palabra amable aquel día.
Así que, sin pensarlo dos veces, despojó a su padre de la piel que le abrigaba y se la echó encima con intención de irse a corretear lejos.
Cuando Yantsé despertó no encontró a nadie en casa, era pasado el mediodía y dándose cuenta del desparpajo y descuido en sus labores para ese día, se levantó en seguida con intención de ir a los campos de arroz.
A medio andar, reparó en que no había vuelto a ver la piel que la noche anterior había encontrado, pero apremiado por sus labores olvido el asunto por el momento.

Al final del día todos regresaron a casa, pero no había noticia alguna de Suong, Yantsé reunió a una cuadrilla de hombres de la aldea y emprendió su búsqueda, pero no le encontraron a pesar de buscarle la noche entera.

Afligido y cansado regresó a casa recibido por los llantos desesperados de Liang y sus cuatro hijas restantes. Al siguiente día Yantsé reemprendió la búsqueda de Suong y esta vez acercándose al paraje donde le sorprendieron las extrañas luces de hace unas noches, encontró de nuevo la piel semienterrada.

Desencajado y horrorizado por aquella visión de la piel que antes había encontrado, cayó por fin en cuenta que era posible que su hija hubiera salido con la misma y se encontrara cerca de allí.

Removió enloquecido el barro y las hierbas y olfateó aquella como intentando reconocer el olor de su hija. Sin notar, después de escudriñarla a conciencia, ningún rastro de Suong.

Volvió a arreciar el rocío, seguido de una lluvia de justicia en ese preciso instante, y el hombre no tuvo más remedio que repetir la operación cobijarse con la piel que había desenterrado ya por segunda vez.
Cuando estuvo más o menos a diez brazas inglesas de distancia de casa, notó con estupor, como la misma yacía rodeada por luces similares a las que había visto hace unas noches cerca del Yuan.

Parecían un enjambre vivo que asediaba la residencia, y a lo lejos los gritos de auxilio y terror de Liang y sus hijas le hicieron acelerar su corazón y correr en desbandada para asistirles de inmediato.
Sin embargo, su carrera se detuvo en seco. Una brutal embestida le cogió por un costado, la violencia del golpe le lanzó como un fardo hacia el camino pedregoso y el hombre casi muerto en su agonía alcanzó a ver como su casa se incendiaba.

Su herida era profunda, sus gritos desgarrados se confundían con el crepitar de las flamas engullendo su hogar sin control. Los gritos de Liang y sus hijas retumbaban acentuando la impotencia de muerte que le consumía.
Enseguida, sintió un ruido como de pezuñas rodearle, era con seguridad el animal que le había atravesado con su cornamenta. Yantsé se revolvió en vano buscando protegerse de un nuevo ataque.
Las luces ya estaban sobre él, eran unos espeluznantes ojos que como tizones le miraban fijamente.
Entre las sombras y las luces del voraz incendio pudo ver la silueta de una criatura bípeda y ungulada, con unos desmesurados cuernos de saola. Encorvada con una giba, mostraba unos aberrantes senos goteando leche y un cuerpo de mujer lleno de un pelo similar al del equidna.

Aquella espantosa criatura arrastraba entre sus garras el cuerpo cercenado de Liang del que manaban borbotones de sangre y vísceras quemadas, y en la otra zarpa llevaba cogida la piel que él llevara momentos antes y cuya forma era inconfundible.

Paralizado por la muerte y el horror el agricultor levantó la mirada y reconoció, antes de dar su último estertor, en aquella bestia, el rostro de Suong.

ROGERVAN RUBATTINO ©
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Comentarios & Opiniones

La Dama Azul

Caballero, vuestro trabajo en esta producción es creativo, grato; con la capacidad de atrapar al lector para lograr un final inesperado que eleva en todo la calidad de la obra.
Selecto trabajo que guardo en mi baúl.

Reciba mis cordiales saludos,

Critica: 
Rogervan Rubattino

Un poco de cuento al cuento :) Gracias por pasarte. Un saludo afectuoso

Critica: