Lo perdido

poema de Reyes

Es la noche llena de extraños presentimientos, una ráfaga de viento en la mente, una quieta tempestad en los recuerdos. Hay sentimientos eternos que se hacen presentes en milésimas de segundos; la añoranza, la esperanza y el amor, encapsulados en una esfera escondida en el recuerdo. Dicen que el amor verdadero es eterno, hay quien dice que el amor se puede olvidar, sin embargo yo pienso que no se deja de sentir, el amor existe y nunca se va, que es más longevo que el universo entero. El amor verdadero no se va, solo se olvida.

Hubo un momento en que yo amé, amé con mi aliento y con toda mi fuerza, con ardor, felicidad pero también con tristeza. El amor sana y daña en las maneras más concretas y extrañas. Es enfermedad y la única cura que me sostuvo por mucho tiempo. Es difícil darle nombre a este sentimiento con el que viví durante tanto tiempo, y si tuviera un nombre le daría nombre de persona. Le daría un rostro, una silueta, una sonrisa. Tendría voz, calor y textura en el cuerpo. Sería el nombre más dulce de todos, que sería canto y risa, llanto y sonrojo, esperanza y abandono. Porque cuando amé lo fui todo: fui el mar, la roca, la cuna, el desierto y el llanto a la luna y a pesar de todo me cuesta decir su nombre.

He perdido el nombre, la silueta, la voz y la cordura en un arrebato se me fue la vida y solo quedo la sensación de despojo. Estos sentimientos fueron la única realidad en la inmensidad de mis pensamientos, la calidez al fondo del vacío, tan confortante y abrumadora como el seno familiar o la prisión. Su nombre seria bello, profundo y calmo, su nombre sería un lago, la lluvia y su encanto vivo en la mañana nublada y el sosiego al ver las bandadas de aves volando bajo el alba.
Al verla a los ojos podía sentirla, durmiendo en mi interior como las cosas que guardo y llevo conmigo a todos lados, inerte como un infante cuando cae en sueños, eterna dentro de mi pecho. Si he de expresarlo, creo que era mi corazón, ella era mi corazón. Mi vida, mi sangre, corrían por mi cuerpo y pasaban por a través de ella, permeándose de su calidez y su aroma, cubriéndose en su vida y su forma, y al final yo era yo y un poco más ella, un poco menos el que no quería ser; cubriéndome de su esencia yo me convertía en otro, otro más humano y más sencillo, otro más feliz y tranquilo, nutriendo mi vida poco a poco con la belleza que irradiaba su existencia, como el álamo del sol; y crecía alto y fuerte en la estepa.

Ahora soy una visión cansada de lo que aspiraba ser, la imagen del anhelo muerto tras la sequía, me siento frente la ventana a preguntarme a donde la ha llevado la vida y tengo miedo de escuchar la respuesta, puesto que la miseria no se cansa de llenar el espacio en mí donde ella dormía. Poco a poco me he tenido que enseñar a vivir en luto, mis muertos siempre están conmigo, y cuando el objeto de amor se va, el sentimiento es un muerto más.

Comentarios & Opiniones

La musa del árbol

Bello poema nos comparte hoy Reyes,saludos cordiales.

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