sobre la muerte

El hecho de estar vivo exige algo,
una ansiedad, quizá
la lágrima que llora en nuestra espalda
el niño que juega a ser el mundo,
un sol que nos desprecie en la tristeza
o un cuerpo de coñac que no pregunte.

Así como se oxida la nieve que no se pisa
y se cosen las playas con las olas,
hago de mí un poeta sin poema
y en mi terca ingenuidad escribo
que la verdad es verdad (y la mentira, mentira),
y por eso os digo que los espejos son
quienes están envejecidos,
no llevo escondido en mis venas un cuchillo,
y que espero que el otoño me reciba,
según su propio entendimiento y criterio,
en las fechas que tiene por costumbre.

Y ya de paso afirmo y además rubrico
que no existe la muerte,
aunque haya quien, errando, afirme lo contrario,
porque ni tiene dueño,
ni tiene padres ni hermanos,
ni tiene tampoco hijos.