Eran las seis y cuarto,
de una mañana sin sombra de diciembre,
y se deshizo un segundo
en cuatro pasos
de araña
de ahogada espera y vacío.

Y los tranvías movían
su carne muerta sobre el asfalto
chillándole a los jardines.

-La madrugada respira
cafés y lánguidos versos.
La madrugada de
-espera,
y extensas calles desiertas,
y del idioma del agua
que en los cristales codicia
el deseo de la aurora.

Yo habito un cuarto liviano sin oficio
donde las horas se aturden y santiguan
como las cartas de amor sin esperanza-.

Yo quise dormir de nuevo,
no pude cerrar mi herida,
pero tú sí,
tú aún dormías.