Soliloquio elegíaco

Yo te amé vida, yo te amé,
más que a todas las estrellas,
te amé más que al fiero fuego,
más que el canto de las sirenas,
más te amé yo todavía
sin medida ni reserva.

Amé tus manos ásperas,
amé tus aguas frescas,
amé cuanto me diste
y también lo que a bien niegas,
amé minutos y horas
de laboriosa entrega.

Amé tus manantiales,
tu sol de primavera,
amé el frío silencio
que a todos interpela,
amé en cuanto pude
los días de tristeza.

Amé tus golpes duros
y tus caricias tiernas,
amé a cuantos cruzaron
mis viñas y mis huertas,
amé a quienes robaron
un verso y un poema.

Te amé vida, te amé,
bien sé que eres dilema:
amé tus mil misterios,
amé tus complacencias,
amé el suelo que duro
me señaló la senda.

Te hablo en pasado,
quizá mañana muera,
o falten muchos años
para escuchar que afuera
golpean sigilosos
a mi ahuecada puerta.

Y si me voy mañana,
o dentro de una década,
te amé vida, te amé,
amé mi existencia;
y te amaré sin cuerpo,
si mente y sin conciencia.