El magnate y la marea

El magnate de estas aguas va marcando la corriente y hace girar a su mundo -con patrañas- al revés. Late turbio un sentimiento y se esclarece en su agasajo: exaspera ya de amable… quiere algo que no es de él.
Desemboca esta marea en un embalse temerario, ebrio en pérfidos ofidios y reptiles, que apartó, recreándoles pantanos “donde pronto lloverían”, “de a miles”, “presas heridas”, que obtendría “a su merced”.

Un cardumen azotado y desmembrado se ha quedado, pues su inercia es quien lo mueve y quien lo lleva (aun sin querer). Si esa inercia se genera quien la crea es quien decide si su camino y destino es complaciente, vano o cruel. De cualquier modo el cardumen siempre mira hacia un costado, nadie sabe quien lo guía y como bruma va por ahí.
Su belleza es retroactiva, como algunas otras cosas. Solo al hacerse recuerdo se percibe “aquello que es”.
Uno vive con su rumbo ya marcado de antemano, pero solo al ser pescado, añora haber sido pez.

Si en la unión yace la fuerza y quien divida reinara, no debiera el pez placerlo, pues su reino es su pesar. Pero al pez no se le puede pedir mas de lo que da. Este nada y no razona. Solo nada, y nada más.