OCASO

En parajes de luces crepusculares, donde
las sombras danzan con gracia sutil, yace
una belleza que le presta su serenata a la
noche, un horizonte tras el que duerme
la luz de un gigante sol.

Con tonos dorados y carmesíes, dando
pasos titubeantes, veo doradas señales.
En los cielos despiertan reflejos divinos a
medida que el día se rinde y las estrellas
se alinean.

Vagan por el mundo almas perdidas que
se encaminan hacia el final de su viaje
con pasos vacilantes, vistiendo
voluptuosas sedas.

Un faro de esperanza brilla en la lejanía.
En infinita distancia,
parecen bostezar los viejos dioses.
Desde los rincones más remotos de la
tierra, llegan hasta mí leves susurros
trascendiendo fronteras, cruzando mares…

Se me revelan los secretos del cosmos.
Adivino un tapiz de sueños inagotables
susurrándome historias de amor, experiencias
de renovación que gritan su
fuerza transformadora.

La luna escapa de su oscura trampa. De
pronto, la magia de lo eterno, con manos
delicadas, se abraza a la tierra. Una dulce
sinfonía resuena en el crepúsculo de
armonía libre, de ritmo puro, de
arrobadoras cadencias…

¡Ay, ocaso, mi última reverencia ante el mundo!

Al anochecer, una llama invisible une a
los corazones que se aman. Ante su
fuego me inclino: manifestación del
más sublime deleite, de la más
exquisita belleza, encendida
antorcha que me guía entonando
su embriagadora canción.