El hombre perdido

poema de Luis Enciso

Ariadna, cálido resplandor de noviembre
Que iluminas
Otros caminos muy lejos de aquí,
Llévame hacia dónde los sueños
Me quiten estas ganas
De sucumbir ante el pacto sagrado
Que firmé hace mucho tiempo
Cuando anduve por los caminos
Donde no existe la salvación.
Las aves perdidas por la lluvia
Y la sangre fluyendo por los cauces
De mi cuerpo malherido,
Dibujan escenas que golpean mi alma.
La luna crepuscular
Que se arroja
Sobre el lomo de Belcebú herido
Es un espanto sobre la tierra volcánica
Donde descansan mis emociones.
Ariadna, ¿qué será de mi noble suerte?
Los versos escritos
Sobre esta materia que me cubre
Narran el fascinante destino
Que me tiene preparada la muerte.
Y el corazón que enloquece vencido
Encerrado en una oscura habitación
Es devorado lentamente por las pesadillas
Por el aturdimiento placentero
De una hermosa fantasía
Que lo va envolviendo en las tinieblas.
Y el hombre temerario que trata de huir
Del horrible final que le espera
Es arrastrado hacia la estrecha abertura
Que se irá cerrando
Hasta ahogarlo en su torpe respiración.
Fue un sábado, ¿lo recuerdas?
Por la tarde, cuando era la hora de partir,
Me miraste, no sé lo que sentiste,
Un golpe de olas retumbaba
En mi mente y un centenar de aves
Revolotearon bruscamente
Sobre el charco de barro que me rodeaba.
Y me quedé contemplando el desenlace
De mi vida desordenada.
Fue el deceso de mi adolescencia, lo sé,
Era el hundimiento de mis palabras.
Y lo poco que valía, se perdió.
Hoy que los huesos ya no me responden
He buscado razones
Para no arrojarme al abismo de la locura
Donde la saliva fermentada
Y los ojos moribundos son el desayuno
Que te arrojan a la cara.
Ariadna, libérame de esta cruz pesada
Que se apoya sobre mi hombro.
Que próximo estoy a cruzar la entrada
Hacia las profundas aguas del mar
Hirviente y agitado
De donde es imposible ser rescatado.