PARACELSO Y EL INCRÉDULO ( Recreación del relato La Rosa de Paracelso, de Jorge Luis Borges)

Atardecía, en su taller estaba,
Cuando a su dios, (o al dios que lo escuchase)
Paracelso pidió que le enviasen
ese estudiante que tanto esperaba.
La chimenea con su llama incierta
proyectaba fantasmas sobre él.
Pensó que el tiempo es demasiado cruel,
cuando de pronto golpearon la puerta.
Era un desconocido, pero quiso
reconocer en él, al enviado.
Lo convidó a sentarse. Muy cansado
se lo veía y no fue preciso
cruzar palabras por un largo rato.
Paracelso, le habló con voz prudente.
Recuerdo del Oriente y Occidente
todas las caras, más no me percato
de conocer tu rostro. ¿ qué deseas
de mí a tan altas horas y quien eres?
Mi nombre es lo de menos, quien yo sea
dependerá de usted. Ya mis haberes
son suyos. Su discípulo seré.
Sacó un talego y lo volcó en la mesa.
Cien monedas de oro. La pobreza
es un don que acaso pocos ven.
Recoge esas monedas, te lo ruego!!!
En la mano del joven ( en la izquierda)
hay una rosa que tal vez recuerda,
esa otra rosa de ceniza y fuego.
¿Me crees capaz de elaborar aquello
que trueca en oro cada cosa y quieres,
con oro conquistarme? Pobres seres,
los que se creen un rey, siendo plebeyos.
El oro no me importa. Respondió.
Tengo la voluntad, no me desdeñes.
Quiero que tú me guíes, que me enseñes
el camino a la Piedra. Así le habló.
El camino es la Piedra. Si no sabes
que el punto de partida ya es la meta,
No has empezado aún. Ver la silueta
de la sombra que vuela, es ver el ave.
Hubo un silencio. El joven dijo luego:
Es fama que devuelves a la rosa
su condición de rosa, aunque el fuego
la haya pulverizado. Y que la rosa
que renace del fuego, es otra rosa,
Acaso ya inmortal, porque Dios quiso
que la rosa contenga el Paraíso
y el Paraíso todo, sea la rosa.
Paracelso tomó la flor. ¿ Me sientes
capaz de reavivar lo que envejece?
¿ Tú puedes afirmar lo que parece
imposible a los ojos de la gente?
Desafiante, el alumno, visceral:
Puede quemar la rosa si desea
hacerlo. Hay fuego en vuestra chimenea
capaz de incinerar todo un rosal.
Ya arrojada la rosa, su belleza
Sentenció Paracelso. Será nueva.
Porque te digo que la rosa lleva
la eternidad en ella. Sigue ilesa.
No obstante el atanor esta apagado,
los alambiques sucios, mi instrumento
es otro ya. El alumno muy atento
lo escucha. Paracelso no ha dejado
de sostener la rosa. No me atrevo
a preguntar qué fuerza se precisa
para mover la flor a la ceniza
y a la ceniza devolverle el nuevo
aspecto, que creímos ya perdido.
Hablo de la divinidad. Dijo el maestro.
Del creador del mundo externo y nuestro
Paraíso interior. De lo que ha sido,
es y será. De un viaje y de un regreso.
Que operes con el Verbo. Interrumpió.
no me sirve de nada, porque yo
Te pido la merced, tan solo eso.
Paracelso, reflexionando al cabo
de unos segundos, dijo: Si lo hiciera,
Dirías que se trata de quimeras,
de una apariencia impuesta. Menoscabo,
de la fe que pregonas. ¿ Tú quien eres,
para entrar en mi casa y exigir
un prodigio eficaz. Si merecieres
ese don lo habrás de recibir.
El alumno, con gran desasosiego,
tomó la rosa y la arrojó deprisa
sobre la ardiente llama. Y en el fuego
se apagó su color. Solo cenizas,
quedaron para decepción y pena
del joven. Los segundos transcurrían.
Paracelso, pensó que hablar debía
y esto fue lo que dijo: Esta escena,
podrá justificar la incorregible
afrenta que recibo. El boticario
de Basilea, el médico emisario
me tratan de farsante y es posible
que lo sea. La rosa se ha quemado
y seguirá quemándose. Jamás
volverá a ser la rosa, la eficaz
rosa que de un jardín has arrancado.
Sintió verguenza el joven, había franqueado
la puerta de este mero visionario,
de un charlatán o bien de un solitario
e inofensivo loco. Se que he obrado,
imperdonablemente. Solo deja
que siga viendo la perseverante
ceniza. Dijo el joven. Ya no hay antes,
tampoco hay un después en la madeja
que forma la ceniza en la ceniza.
Hablaba con pasión, piedad genuina.
Ya Johannes Grisebach se inclina
ante el maestro y luego le improvisa:
Pregunto ¿ quién soy yo ( lo sabe Dios)
para afirmar que tú no escondes nada?
Paracelso acompaña al joven. Cada
paso que dan es un sincero adiós.
Ya solo, Paracelso hizo la cosa
acaso más sublime ( no lo niego).
Volcó el puñado de ceniza y luego
habló en voz baja y resurgió la rosa.
LUCIANO CAVIDO