Mi Ventana

poema de Luli

Mi Ventana
(Leonardo David Paniccia)
Se que las historias deben de ser contadas con exactitud y fidelidad, en detalle, que no deben prescindir de su propia veracidad y credibilidad, al menos para mí, por eso pido perdón si estas palabras en algún momento o en su totalidad llegan a carecer de racionalidad, coherencia y sentimientos…
Me he convertido en una persona noctívaga y taciturna, algunos podrían haberme diagnosticado narcolepsia, pero la realidad se asemeja, a la pura coincidencia; o no, de serlo para poder lograr mi sueño. El sueño de ser capaz de aplacar mis anhelos volviendo una vez más a sentir, a juzgar, a respirar y sentirme vivo.
Debo de haber dejado cerrada la ventana; si es que tengo o tenía la habilidad de hacerlo. Por supuesto que debo haber fallado en esa rutina extraña y nocturna, porque hace ya casi dieciocho meses que sostener tu mano era una pura realidad, al menos lo sentía así, pero anoche… no conté con esa suerte…
Madrugada tras madrugada, calculando y deduciendo siempre la misma hora donde el mundo deja de respirar y girar, donde los ríos agotados y ya viejos se dejan caer para descansar y el mismo fatídico silencio se eleva abrazando cada rincón de cada paisaje, la misma hora donde los pensamientos mas recónditos y retorcidos necesitan ser liberados y respirar y la esencia auténtica de cada ser renace con una ligera frescura opaca, ese bendito y supuesto momento donde instantes antes de dejarme llevar ella me hace saber que vendrá…
El único y escaso movimiento en mi esfera rectangular y hedienta de pálidos y fúnebres colores dentro de mi pequeña habitación es el suave vaivén de una cortina blanca, antigua y roída empujada sin ganas por la casi imperceptible brisa que entra sin pedir permiso por los dos o tres centímetros que dejo entre ella y su marco gris, gastado y ya algo oxidado.
Esa es siempre la primera señal, una llamada tal vez, la antesala a su extraordinaria aparición, pero es imposible poder detallar los sentimientos de esos segundos inaugurales. Sentimientos trillados y en desuso. Porque la noche se convierte en más obscura aún, y el frío más frío y empieza a apoderarse de mí y a recorrer mi piel, mis venas, y los escalofríos constantes retuercen y arrasan mis huesos.
En ese silencio, a veces, y con suerte, escucho mi corazón, galopando de una manera extraña y desenfrenada, y aunque aún no la veo, sé que mi sangre pesada y rezagada va hacia ella.
Luego las pulsaciones se apaciguan, y su ritmo decae como la última gota de valentía que quedaba en mí. Me siento verdaderamente solo frente a la ventana. Indefenso, aterrado. Pero la más mínima de mis esperanzas se antepone y se adueña de todo lo que me rodea, aunque es solo por instantes. No tan lejos siento el ulular de un solitario búho presagiando la inminente aparición.
Yo inmóvil, sin siquiera pestañar, pávido, pálido, observando fijamente el pequeño espacio abierto de la ventana.
Es en ese preciso momento que siento no ser nada ni nadie, no pertenecer ni aquí ni allá. Es en ese preciso momento cuando los mundos parecen entrelazarse y girar alrededor de mi alma; si es que aún la conservo, y el éxtasis provoca la sensación de no saber cuándo ese desplazamiento se va a detener.
Y se detiene, en algún punto se detiene. Yo, otra vez inmóvil, una vez más el silencio se apodera plenamente y es inseparable a mí entorno. Y solo es vívido el susurro de algún insecto que revela que existe algo más, más allá de uno. El sonido de un sinfín de hojas secas, partiéndose y desgranándose, se hacen cada vez más fuerte al aproximarse a la ventana, a la bendita ventana. Y era ella…lo sabía…era ella…acompañada del sonido paciente e inquietante que crean los árboles al desfilar y que engalanan el lugar que solo puedo llegar a imaginar.
Me paralizo al ver su pequeña mano izquierda, blanca, blanca como siempre fue su piel. Toma con desgano la parte posterior del marco de la ventana y mis palpitaciones corren como el viento, aún inmóvil, inerte mi cuerpo frente a su escasa presencia. Y consigo distinguir sus agridulces lágrimas cayendo lentamente por sus perfectos ojos negros, negros como el manto que nos rodea.
Sus ojos me ubican rápidamente en algunos recuerdos vagos, distantes y profundos, un vínculo tibio entre lo que parece ser real e irreal. Historias leídas que carecen de sentimientos. Ella parada junto al mar, su sonrisa brillante y nostálgica, su cabello bailando y cercándome en cada noche a mi lado, nuestros momentos tan propios y nuestros secretos, la lluvia y el sol. Ese incierto conjunto de retratos a veces borrosos y a veces precisos no deja de ser una congregación de imágenes melancólicas que necesitan de tonalidad, y por supuesto, aunque me duele admitirlo, ya no las extraño. Cada aspecto del pasado me es indiferente, sus matices, su música y sus colores, sus aromas y paisajes.
Su mano derecha estaba decorada con hermosos liliums y fresias de un increíble amarillo intenso, que regala a mi mente el retrato de mi jardín, en su momento, mi tan amado y cuidado jardín. Es una impresión de algo vivido remotamente. Tampoco lo añoro... Y me lastima y me da rabia admitirlo.
No puedo explicar el porqué de esta situación, ni siquiera lo intuyo ni lo puedo suponer. Mis conjeturas no serían precisas… es imposible. Mis presunciones se evaporan como ese río hacia el mar, las circunstancias, motivos y los momentos del pasado no volverán jamás.
Si bien la soledad ha sido mi fiel y única compañera, y si bien con ella hemos tenidos nuestras interminables conversaciones, o mis monólogos infinitos, creo que he perdido la capacidad del habla. Y en esos momentos donde mis labios tiemblan y se desesperan con el propósito de poder decirte las cosas más maravillosas del universo, no puedo…no lo logro…soy incapaz…
Casi esforzándome percibo algunas de tus palabras, difusas, borrosas, indefinidas. Y todo me sigue resultando algo frío y lejano.
Lentamente, con suavidad y con lo que creo debe ser amor, acaricias el vidrio, una y otra vez. Pero el fuego no se siente en mi cuerpo ni en mi corazón, ni la calidez, y eso logra que me culpe y me deteste aún más por ser tan cruel e inhumano, ¿pero que podría hacer yo? Los sentimientos siguen agonizando…
Vacío, seco, desalmado, sin esencia me encontraba frente a ella. Ella sentada frente a mí, llorando y suspirando en su visita fugaz. Y el tormento de apreciar sus desgarros continuos de una manera tan calma e insensible me convertían en un perplejo testigo que observa los arrolladores golpes de la marea frente a mil rocas de nostalgia confusa.
La luna detrás de ella, que todo lo vio, sus plegarias, llantos y suplicas, me permitió notar que de un instante a otro dejó caer sus hermosas flores amarillas y comenzó a correr... pisoteando nuestros pétalos de terciopelo, tirados, mezclados y despreciados en esa confusión dantesca…
Frente a mí, y por primera vez pude distinguir, a unos dos o tres metros, una ventana de vidrios espejados similar a la mía. Fui capaz de leer en mi propia ventana una frase incrustada en un metal, que me regalaba las palabras más dolorosas que algún día leeré, y acompañado de esa brisa melancólica del silencio, del sonido inquietante de la noche y de mis sensaciones muertas pude observar: ¨Descansa en paz, siempre te amaré¨.
Sin alma, sin sed ni hambre, con la incertidumbre cruel y atroz y espantosa de poseer una mente vagabunda que existe y rueda y vuela en círculos, que se estrella y erupciona, que es vida y es muerte y es completamente desconcertante… solo puedo decir que en estos aproximadamente quinientos cuarenta días he aprendido que el amor muta, cambia, se altera… el odio, los celos y la depresión se pueden esfumar y desaparecer… la alegría y la tristeza tienen siempre un final, siempre… pero el miedo, el verdadero terror a la verdad… creo que será eterno …
(Leonardo David Paniccia)