Querido Mejor Amigo

No sé bien qué destinatario otorgarle a esta carta. Sé bien a quién va dirigida, pero no entiendo con qué fin será enviada. Verás, ya no sé bien qué estoy haciendo con mi vida últimamente. Yo, que siempre juré ser felicidad inagotable, vivo con una pena insaciable dentro mío. Está allí, en mi interior, cada segundo de mis días, y no sé cómo callarla. Juro que le grito, le suplico, para que se marche, pero es sorda ante mis pobres lamentos. Debo admitir que me siento culpable de no haber estado allí. Debo admitir que sé muy bien cuál es la causa por la que te rendiste, por la que decidiste dejar de luchar. Te sentías solo, abandonado de toda esperanza ajena, y pensaste que tu vida ya no valía más que tu muerte. ¿Me escuchas, al menos? ¿Me escuchas cuando te lloro por las noches y te suplico que vuelvas en vano? Es verdad, no me debes nada, yo no estuve allí cuando más lo necesitabas, entonces, ¿por qué tendrías que estar tú aquí? Tienes todo el derecho a estar enojado, lo entiendo. Pero eso no es lo que más me preocupa, sino el hecho de que la furia que me persigue es la mía, que me atormenta a cada paso que doy. Está allí, intentando destruir cualquier rastro de la felicidad que alguna vez habitó dentro mío. ¿Recuerdas que una vez jugamos a ser actores? Tú pretendías ser un vaquero y yo era una princesa. Me dijiste que sabía actuar muy bien, y la verdad es que tenías razón. Pretendo, cada día, que estoy bien. Finjo estar superando tu partida, finjo no sentirme sola, finjo no querer irme contigo. Finjo ser capaz de soportarme. Y, ¡diablos! ¡Cómo duele! Duele ver que todos se lo creen salvo yo... Duele ver que por más que lo intente fuertemente, simplemente no puedo olvidarte. ¿Cómo olvidar esa risa de la que tanto me burlaba? ¿Cómo olvidar esas veces en las que éramos tú y yo, contra el mundo? Recuerdo que no había nadie en la faz de la tierra que me entendiera más que tú, nunca ha habido nadie tan comprensivo como lo eras tú. Cuando alguno de los dos lloraba, siempre sabíamos que podíamos contar con el otro para volver a sonreír. Éramos tú y yo combatiendo contra los odios del mundo. Contra la envidia, el egoísmo y la guerra. Y ahora ya no hay nadie para ayudarme a luchar. Estoy sola, y el peso del mundo recae sobre mis hombros. Las personas no pueden verlo, porque no soy soldado en un ejército, no soy marinero en su barco, no soy astronauta en su nave. Soy una niña, atrapada en la infinidad de su mundo en caos. Lucho contra una guerra que surgió cuando te fuiste, y cuya solución parece inexistente. Lucho contra una enfermedad sin cura, contra mí misma. Y ya no puedo más, va a acabar conmigo. Ya no estás, y supongo que debo acostumbrarme a eso. Debo aceptar que ahora siempre estaré vacía, sin rumbo, flotando en una soledad insaciable. Perdida en una angustia eterna, que no se irá jamás. La única salida parece ser tu regreso, pero eso se siente más improbable que dejar de estar muerta por dentro. Solo me queda aferrarme a esto, ¿verdad? Aferrarme a un dolor que jamás se irá de mi vida. Aferrarme a esa vocesita que impide que me vaya contigo, por la pena que podría causarle a algunas personas. Aferrarme a ese frágil hilo del que estoy colgando, ese que me mantiene con vida desde hace algunos meses. Ese único hilo del que pende mis ganas de seguir con la esperanza de que algún día, te volveré a ver.
¿A quién va dirigida esta carta? Va dirigida a ti, tal vez, que te fuiste sin dejar rastro alguno. Al mejor amigo que había jurado proteger, en vano. Pero tal vez va dirigida a alguien más, secretamente. A una voz, perdida entre tanto caos. A una mano que pueda ayudarme a salir de este hoyo en el que estoy metida. A alguien, que en este loco mundo, tenga la voluntad de ver que estoy casi irreversiblemente destruida.