Aquí está mi cabello (y nadie preguntó por qué)
Para mí, en esos días en que el alma se me caía por mechones y aún así me obligué a sonreír.
Se me cayó el alma
por mechones.
Nadie lo notó.
Ni el lunes,
ni en los honores,
ni cuando canté el himno
con una voz que temblaba
como si cada palabra pesara cien kilos de pasado.
Soy maestra.
Pero ese día, fui solo un cuerpo
cargando cicatrices de infancia
bajo una blusa planchada
y una sonrisa que ya no tenía dónde sostenerse.
La ansiedad me mordía las costillas.
El Día del Padre me azotó como un recuerdo con nombre.
Y aún así, fui.
Fui como si no estuviera rota.
Como si mi piel no llorara por dentro.
Después vino la noche.
Y con ella, el sueño.
Un escenario.
Una entrevista.
Otra mujer con cáncer,
que ya sabía su verdad.
Y yo…
yo tocándome el cabello
y trayéndome en la palma
la prueba de lo que callaba.
Rizos dorados y rojos
en el suelo,
tan vivos…
como si no supieran
que acababan de morir.
Ella —la otra yo, disfrazada de fortaleza ajena—
se inclinó,
tocó mi dolor
y dijo:
“Es mío.”
Y todos la creyeron.
Porque es más fácil ver caer a alguien más.
Porque nadie quiere aceptar
que la que se desmorona
es la que dirige la clase.
Y entonces lloré.
No por ella.
Por mí.
Porque mis mechones eran mi grito.
Y nadie lo escuchó.
Se la llevaron.
La sacaron de la escena
como si el daño fuera suyo.
Como si la víctima se vistiera de cabello oscuro
y no de verdad derramada en oro.
Pero antes de irse,
ella me susurró:
“Debes decirles.”
Y ahí me rompí.
Toda.
Sin pudor.
Sin pausa.
Sin pedagogía.
Le dije “Perdón”
por esconderme detrás de su valentía,
por prestarle mi dolor,
por no querer aceptar que yo también estaba muriendo por dentro.
Y la vi alejarse,
con su cuero cabelludo abierto,
la sangre honesta,
la carne como testigo,
las partes que ya no pudo sostener
porque decidió cargarme a mí.
Ahí entendí.
Que no era solo un sueño.
Era mi cuerpo llorando lo que no dije.
Porque nadie ve
cuando te autolesionas con silencio.
Cuando el alma se muerde las uñas
y la mente se desangra en una crisis
mientras tú corriges cuadernos.
Porque nadie pregunta
quién llora detrás de la maestra.
Porque nadie pregunta
por qué el cabello se cae
ni por qué la sonrisa tiembla
ni por qué
alguien como yo
dice que está bien
mientras se está perdiendo.
Aquí está mi dolor.
Aquí está mi verdad.
Aquí está mi cabello.
Y nadie preguntó por qué.






Comentarios & Opiniones
Conmovedoras letras-dolorosas historias, por eso mi lema:
"A SEGUIR VIVOS PARA CONTARLO."
Y así lo contamos en versos, en narrativa, ...
Cordial saludo y buen abrazo.
Hasta nueva obra.