La Lluvia
La Lluvia:
En la espesura de una noche desprovista de estrellas, bajo el peso asfixiante de una soledad que se aferra al alma, mi mente vaga, anclada en el recuerdo de ella. El cuarto, inmóvil y sombrío, respira al compás tenue de la vela que arde sobre la mesa. Su luz, frágil y vacilante, dibuja en el aire destellos que reconstruyen su rostro, como un espejismo caprichoso: tan vívido y tangible como irremediablemente inalcanzable.
La lluvia, insistente, danza contra el cristal. Sus gotas, como dedos etéreos, tamborilean con una urgencia inquietante, como si algo más allá de la noche quisiera irrumpir en mi refugio. El sonido, un susurro hipnótico, me envuelve, tejiendo un puente hacia los momentos en que su cercanía era innegable, un hecho tan sólido como el latido del corazón. Ella, sentada a mi lado, su silueta apenas rozando la mía, su presencia tan cercana que el aire parecía conspirar a nuestro favor. Ahora, la distancia convierte su ausencia en una presencia más profunda, más desgarradora, como si su esencia se volviera irremediablemente vasta al no poder tocarla.
Ella no se ha ido del todo. Es un eco, una sombra luminosa que se desliza entre los pliegues de mi conciencia. No hay tragedia en esta separación, ni lágrimas que desgarren. Lo que queda es un anhelo insaciable, una sed insostenible de verla, de escuchar su risa, una melodía que parece esconderse entre las notas de esta lluvia interminable. ¿Escucha ella también la tormenta? Me pregunto si su mirada se pierde, como la mía, en la inmensidad de lo que no podemos tener, buscando refugio en un rincón del tiempo que compartimos.
La vela lucha contra la oscuridad, consumiéndose en su propósito inútil. Y mientras la observo, pienso en cómo ella llena este vacío sin siquiera estar aquí. La oscuridad no es un abismo; es un espejo donde se proyecta su esencia, una presencia silenciosa que me habita. Ella es como la tormenta: infinita, indómita, con un poder que me arrastra y me envuelve. Y yo, en este cuarto solitario, no hago más que esperar. Cada golpe de la lluvia es un latido de la esperanza, un recordatorio de que, de algún modo, su regreso está inscrito en el horizonte.
La tormenta persiste, ajena a mi desvelo. Cada gota que cae es un idioma desconocido, pero uno que comprendo profundamente. Cada palabra de esa lengua líquida lleva su nombre, su aroma, su promesa. Y mientras la lluvia canta su canción, me pierdo en ella, habitando el umbral de un reencuentro que tal vez sólo exista en esta noche interminable.
- King