En una mañana nublada
donde el oscuro y siniestro silencio
reinaba en ese segundo utópico;
lleno de pensamientos hipotéticos
y lleno de eterno suplicio.

Luego de esto apareció entre las tinieblas
una dama elegante y hermosa;
tenía un rostro angelical
vestida con una saya blanca
con una camisa carmesí clara;
tenía los ojos marrones obscuros
como los rincones de mi alma.

Después de verla suspiré
por un largo segundo
pasó otro rato y me cautivé
por su enigmática sonrisa;
finalmente con sus manos hechizantes
cubiertas de un enigmático lamento, reaccioné;
más tarde no sé lo que pasó en mi mente;
la abracé y se sonrojó.

La verdad y la justicia
se disolvía con el transcurrir del tiempo,
yo al verla me inmovilicé por un instante,
después ella me abrazó cálidamente
como un atardecer florecido.

Más tarde me dijo
que yo era extraño,
y yo como un miserable idiota
me fui rápidamente sin pensar,
me tomó fuertemente del brazo
una soledad ahogaba mi llanto,
ese sollozo patético
que nunca recordaré;
un llanto efímero y tormentoso
que me separo cada vez más
de mi gran musa.

Luego le dije sin pensar
atontado, desesperado;
que yo no la quería
y ella gimoteando se fue volando
con el armonioso viento.

Finalmente, pasaron; horas y horas
después de tanto tiempo,
profundamente me arrepentí
de no expresar mis sentimientos amorosos
y la verdad es que jamás
habrá una humilde dama igual.